España ha ofrecido con prontitud su solidaridad y ayuda a Marruecos para paliar los graves daños humanos y materiales causados por el devastador terremoto que ha segado varios centenares de vidas en la región más pobre y marginada de nuestro vecino al otro lado del Estrecho. No podía ser de otra manera ante una tragedia de la magnitud de este seísmo, ocurrido además en una zona, el Rif, donde las vinculaciones con España han sido numerosas y permanentes a lo largo de la historia. Cabe sólo esperar que la ayuda ofrecida por el Gobierno para aliviar a los damnificados se materialice de la forma más rápida y efectiva posible.

El drama que viven los rifeños debe ser el recordatorio de que nuestro país ni puede desentenderse del vecino Marruecos ni puede menospreciarlo con actitudes y comentarios indignos de alguien que representa a la Administración española. No hablamos de que las relaciones entre ambos países tengan que ser una balsa de aceite. En el contacto entre vecinos siempre surgen diferencias, pero nunca pueden suponer un deterioro de los planteamientos constructivos, mantenidos desde el más claro respeto. Y ahora, desde la generosidad.