El estado de ánimo de la ciudad desde el maravilloso 16-D en París es la recompensa primera e inmediata que ha supuesto la concesión de la Exposición Internacional del 2008 para Zaragoza. Esa jornada histórica pasará a la historia no sólo por la consecución del magno acontecimiento, sino por la visualización, al fin, de que un Gobierno apuesta decididamente por la capital aragonesa. Aquí, sin duda, radica la gran victoria moral de Zaragoza ante el país y ante el mundo.

La Expo ha estado en boca de todos, con un sentimiento de felicidad colectiva pocas veces vivido; acaso, salvando las distancias, cuando el equipo de fútbol se alzó con algún trofeo reciente, como la Recopa del 95 frente al Arsenal. Desde el gol de Nayim, también en la ciudad del Sena, que lleva camino de convertirse en un talismán para los aragoneses, no se había producido en la capital un alborozo espontáneo y generalizado como el del jueves. Por unos días, como entonces, ya no se conversará sobre el tiempo en el ascensor o en la parada de autobús. Ahora se habla de la ciudad, en su sentido pleno, y hacen bien los zaragozanos en sentirse más orgullosos que nunca de serlo. Cada uno, individualmente, tiene hoy el derecho y la obligación de dibujar su propia imagen de la ciudad del 2008. Es el momento soñado. Sin ir más lejos, nunca habíamos encontrado en este periódico argumentos suficientes para abrir en portada como lo hicimos ayer: "Zaragoza seduce". El viernes, en plena resaca de la fiesta por la designación de la Expo, el titular salió de manera casi espontánea.

La clave ahora es mantener ese espíritu cuando se superen los efluvios de las celebraciones iniciales y sea momento de poner en orden los planes de futuro de la ciudad para llegar al 2008 con los deberes tan bien hechos como el jueves ante el BIE. Hay muchas lecturas que hacer: la institucional, la política, la económica, la social, la cultural... Pero lo importante es que se pueda mantener la unidad conceptual fraguada al calor de la Expo. De repente, todas las miradas se dirigirán a la capital aragonesa y aquí no podemos dar la espalda al aluvión de oportunidades que pueden abrirse en los próximos cuatro años. Con la fuerza moral de estos días será más sencillo ganar de verdad en el 2008, sin confundir la autocomplacencia con la autoestima, que son cosas bien distintas.

Pero, ¿qué piden los ciudadanos para el 2008? Probablemente generosidad, transparencia y ritmo. La hoja de ruta hacia el 2008 previsible para los próximos meses es vertiginosa, pues en sólo unas semanas hay que dar forma a la sociedad gestora y encargar los primeros proyectos. Analizar las necesidades más urgentes, incorporar a los mejores equipos para que trabajen con quienes hicieron posible la candidatura y poner los primeros ladrillos de la Zaragoza de la Expo no más tarde del verano. Asistimos al momento más sensible de la muestra y no podemos empezar la casa por el tejado, por lo que los errores que se cometan en los primeros meses del 2005 pueden ser definitivos para el desenlace final del proyecto de ciudad.

En este punto es donde hay que reclamar que el gran pacto por la ciudad que propone Juan Alberto Belloch sea valorado con sinceridad por la oposición política y por la sociedad civil. Ni el alcalde ni el presidente de la DGA, Marcelino Iglesias, ni el Gobierno central deben ver en este acuerdo necesario una patente de corso para su gestión cotidiana, sino como un punto de partida para plantear cuestiones más ambiciosas. Al igual que se pide al PP y al PAR que olviden la dialéctica tradicional gobierno-oposición, hay que exigir a PSOE, PAR y CHA un compromiso de transparencia total y la apertura de cauces de participación.

En el actual estadio de felicidad colectiva parece pertinente estimular a los colectivos sociales y a las empresas que no se apeen, ni se sientan apeados, del tren de la Expo. Ahora más que nunca, como ocurrió en la defensa de los intereses de Aragón con el trasvase del Ebro, aquí no sobra nadie. Ese cambio de mentalidad, profundo y complejo en una tierra acostumbrada a promesas incumplidas o, directamente, al ostracismo, requiere de la generosidad de las principales autoridades del Estado.

Una imagen reconfortante del jueves en París ha quedado marcada en la retina de muchos zaragozanos se produjo cuando el exalcalde José Atarés se incorporó a la mesa presidencial del BIE para dar la rueda de prensa posterior a la victoria. Fue el alcalde Belloch quien arrastró personalmente hasta allí a su antecesor popular para reconocerle el trabajo realizado y para demostrar ante el mundo que el consenso preconizado era cierto y sincero.

Hace un año, en un suplemento dedicado a la Expo 2008, afirmábamos que Aragón pedía paso, que había llegado su hora. Y también decíamos que tras la modernización de Barcelona, Sevilla y Bilbao; la ascendente fuerza centrípeta de Madrid y la inyección millonaria a Valencia, ahora le tocaba el turno a Zaragoza. Esta petición, tantas veces formulada, sólo tendrá sentido si en este momento los partidos y los cargos públicos marcan las prioridades de Aragón y se establece un nuevo escenario de juego. El estado de ánimo de la ciudad es propicio para consolidar un efecto 2008 positivo y cargado de oportunidades.

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