EEUU ha sido el país preponderante del siglo XX y el petróleo, su energía. EEUU ha sido su mayor productor y también importador. El procesamiento de ese líquido negro y viscoso le permitió disponer a su economía de una energía barata y bastante más dúctil que su predecesor, el carbón. En su búsqueda por el planeta, y tras su reguero, puede seguirse gran parte de la política exterior americana: Arabia Saudí, Irak, Venezuela, Irán, Libia, Kuwait...

El siglo XXI ha cambiado de sesgo. La economía del mundo deja de sustentarse en el carbono (petróleo, gas, carbón) para hacerlo progresivamente en electrones (solar, eólica, hidrógeno...). La electricidad responderá al cambio climático. Esta supone hoy el 20% de la energía, pero en el 2050 será el 50%, y consecuente mutará el orden mundial que conocemos basado en la capacidad de los países de disponer o procesar petróleo. Durante esta pandemia la tendencia se ha acelerado, reduciéndose un 10% la demanda de petróleo y aumentando la de renovables que disponen cada vez de precios más competitivos e indican el final del predominio incontestable del petróleo y los combustibles fósiles y, por lo tanto, la geopolítica que conocemos. Para muchos países, como Marruecos o España, que hoy dependen de la energía exterior en un 80%, no solo podrán autoabastecerse sino además exportar. Tres vectores situarán a un país en este nuevo tablero energético: la disposición de litio o cobalto; su capacidad de exportar la electricidad procedente de energías limpias por cable (Noruega construye ya 800 km de cable desde sus costas al Reino Unido); y, sobre todo, disponer de capacidad tecnológica para enfrentar estas nuevas tecnologías. Solo hay un país hoy que tiene las tres y destaca claramente en la parrilla de salida: China.

La empresa china Molybdenum (que cotiza en Hong Kong y Shanghai) controla, gracias a su mina en el Congo, el 10% del cobalto y el cobre mundial. Cobalto significa baterías y el cobre, cables. Además China produce el 70% de los paneles fotovoltaicos, el 50% de los coches eléctricos y el 35% de las turbinas eólicas. China ha llegado a esta situación, en parte por cálculo y en parte por suerte. Su alta dependencia y vulnerabilidad al petróleo del que carece y su alta contaminación de aire, agua y tierra ha hecho que el Partido Comunista exprese públicamente su preocupación y busque desde hace años alternativas a su condición de mayor emisor de gases de efecto invernadero. El Gobierno chino ha anunciado que en el 2060 alcanzará la neutralidad en términos de carbono, cosa no fácil pues hoy la base energética de esa gigantesca economía es el carbón.

Construir hoy un coche eléctrico sin componentes chinos es imposible, sobre todo porque controla el 86% del cobalto refinado mundial. La preocupación americana y europea en este sentido es muy seria. Las nuevas inversiones de la administración Biden van en este sentido e intentan reaccionar a una situación casi monopolística. No va a ser fácil. América es fuerte en invención pero China lo es en innovación cuyo campo de pruebas es su gigantesco mercado en expansión donde las reglas de competencia están atenuadas.

¿Traerán las energías verdes una nueva realpolitik? ¿Los países que dispongan de estas energías dentro de sus fronteras serán ajenos al juego geopolítico como ahora lo entendemos? ¿Disminuirán los conflictos que se detonaron en el siglo XX por necesidad o codicia de petróleo? ¿Que esté cerrado el estrecho de Ormuz será solo una anécdota?

La resistencia al nuevo orden viene de los países petroleros (Arabia Saudí o Rusia) o con carbón (Australia) y sobre todo de las petroleras americanas que deben amortizar pozos e instalaciones pagados a altos precios. Para ello estas se han endeudado con 12 grandes bancos (JP Morgan Chase, Bank of America, Wells Fargo, Citi…) que a su vez se han quedado entrampados con créditos de 2 trillones $ (americanos) de cobro cuanto menos complicado.

China parte de favorito en el nuevo orden mundial que las energías verdes están diseñando, pero la potencia tecnológica americana puede reaccionar si sus empresas energéticas «se ponen las pilas» y dejan de mirar al mundo que se desvanece inexorablemente. El petróleo se refugiará en la petroquímica donde no hay todavía sustituto y tiene gran trascendencia en medicina, alimentación y materiales (pero deberá solucionar a fondo la cuestión del reciclado de plásticos).

La transición energética no solo permitirá reducir las emisiones de CO2 sino redistribuir el poder a escala mundial. Y esto ya está pasando.