Los gibraltareños celebraron ayer jubilosa y masivamente el 300 aniversario de su vinculación al Reino Unido, de lo que cabe deducir que están bastante contentos con esa vinculación. Si después de tres siglos bajo el imperio de la bandera británica, los gibraltareños se enorgullecen de ello, será, si duda, porque bajo esa tela que ondea en el castillo del Moro inflada por el viento de los mares, se han sentido amparados, confortables y razonablemente felices, y eso, nos guste o no nos guste, es lo que hay, de modo que nuestras reivindicaciones y aspiraciones sobre la recuperación de la Roca deben ajustarse de inicio a esa realidad incontrovertible.

Los gibraltareños formaron ayer en torno al Peñón una cadena humana, brazo contra brazo, codo con codo, pero nadie en el mundo forma cadena defensiva alguna si no se siente amenazado. Si les pedimos, como actores protagonistas que son de esta historia, que comprendan nuestras razones, ¿No seremos capaces nosotros, siquiera de dar ejemplo, de comprender las suyas? Los gibraltareños conocen España, pues no sólo la tienen frente a sus ojos y hablan con delicioso acento andaluz dieciochesco nuestra lengua, sino que son muchos los que tienen casa (y amigos, y raíces e intereses) en Cádiz o en Málaga. ¿Y nosotros? ¿Conocemos Gibraltar? ¿Les hemos visitado para algo más que para comprarles cosas baratas o, en otro tiempo, artículos contrabandeados? El aprecio nace del diálogo y del conocimiento mutuo, y también nace lo que a unos y a otros nos hace más falta para arreglarlo estropeado: el respeto. *Periodista