El caso que contamos esta semana del gigantón Alexandr Sizonenko, la vieja celebridad del baloncesto (con 2,40 metros de altura), que malvive ahora en un cuartucho de las afueras de San Petesburgo, me ha recordado, con distancias, a nuestro titán local, Fermín Arrudi, nacido en Sallent en 1870 y protagonista de un estupendo libro que escribió Rafael Andolz.

El ruso de 180 kilos no puede con su alma; le va mal, fatal, y está viviendo el infierno de los juguetes rotos, con una pensión mensual del Estado de 820 rublos (23 euros).

Nuestro Fermín Arrudi (2, 29 metros) es un caso más afortunado, de otro siglo. En el XIX la salida para los colosos estaba en el sector de la exhibición. En cambio hoy, el de Sallent jugaría en el CAI. Y seguro que le hubiese quedado un mejor retiro que el del desdichado Sizonenko. Las rarezas humanas tienen en la actualidad hispana mejor salida que antes, ya que las teles siempre disponen de un hueco en su galería marciana o si no te meten en un anuncio de zumos. Ser XXL es un reclamo.

Pagando por adelantado, un anatomista alemán ha propuesto al ruso comprarle el cuerpo una vez muerto. Pero Sizonenko no quiere formar parte del pabellón de monstruos y prefiere seguir siendo pobre de solemnidad antes de perder, en la transacción, un cadáver que ya no cabe en ningún sitio.

La peripecia del Gigante de Sallent fue bien distinta, aunque también muy azarosa. Fermín fue un bebé más bien pequeño. Fue a los 15 años cuando empezó a pegar el estirón y ya no paró hasta los 25, superando cualquier talla. Su madre debía estar todo el santo día sacandole dobladillos del pantalón hasta que lo dejó por imposible. Arrudi sobresalió siempre, como la torrre de la iglesia de su pueblo. Trabajó en la estación de Canfranc, pero vio pronto que su futuro estaba en la exhibición. Con gran éxito, dejó ver su recrecido palmito en unos Pilares, en el antiguo Arco de San Roque (actual Adriática), y también recorrió ciudades de Alemania, Holanda, Bélgica, Austria, Francia, EEUU --Nueva York, le quedaba a la altura de la cintura-- Sudamérica, el Caribe, Argelia... Arrudi abarcó medio mundo y regresó a morir a su pueblo. Años después, en 1998, Sallent puso su nombre a un paseo largo, paralelo al río. El callejero y un hermoso libro conservan la buena memoria de Fermín.