La estrategia de Albert Rivera de girar a la derecha, colocar un cordón sanitario al PSOE y aceptar el apoyo de la ultraderecha en gobiernos autonómicos y locales está causando deserciones en el partido. La dimisión de Toni Roldán de todos sus cargos y su abandono del partido y la salida de la ejecutiva del eurodiputado Javier Nart agravan la crisis después de la ruptura con Manuel Valls, las críticas del Elíseo a los pactos de Cs con Vox y la rebelión de destacados fundadores del partido.

Roldán, el segundo de Luis Garicano en el área económica de Cs, fue muy duro en la comparecencia en la que anunció su marcha, al señalar que Ciudadanos ya no es el partido al que se afilió hace cuatro años porque la opción de Rivera de disputar al PP el liderazgo de la derecha, no ofreciendo una alternativa centrista sino compitiendo en su mismo territorio, contradice los tres ejes en los que la formación había planteado su salto a la política española: el reformismo, la regeneración y la lucha contra el nacionalismo.

El reformismo, en efecto, se olvida al alinearse con uno de los bandos y optar por entorpecer la investidura de Pedro Sánchez, la regeneración se posterga al sostener a gobiernos que llevan 20 años en el poder y la orientación antinacionalista pierde credibilidad al aceptar, aunque sea de manera vergonzante, pactos con el ultranacionalismo de Vox y preferir franquear el acceso de fuerzas independentistas a gobiernos locales antes que facilitar gobiernos de izquierdas.

Ante esta impugnación en toda regla procedente del ala socioliberal del partido, Inés Arrimadas -Rivera lleva dos semanas prácticamente desaparecido- solo repite que la estrategia cuestionada se aprobó por unanimidad de la ejecutiva.

Es cierto que Nart se va tras perder una votación para facilitar la investidura de Sánchez. Pero Roldán asegura que exponía cada lunes sus críticas, y detrás de ellos están Garicano o el dirigente castellano-leonés Francisco Igea, a quien la dirección obligó a facilitar un Gobierno del PP.

Pero ha sido el abrazo con Vox el que ha demostrado una vez más hasta qué punto cualquier contacto con la ultraderecha tiene efectos tóxicos, que han sido recordados incluso desde la presidencia francesa. Rivera sigue imperturbable, pero no parece que la presión vaya a desaparecer. Al contrario.