El encuentro de economistas de prestigio en el Fórum de Barcelona para debatir sobre la globalización ha supuesto un alivio para aquellos que creen que no tiene por qué ser un proceso frío y deshumanizado. John Williamson, el teórico que bautizó como consenso de Washington a las políticas del Fondo Monetario Internacional y de otras instituciones internacionales, ha proclamado que los más acérrimos conservadores se han apropiado de ellas y han desvirtuado principios pensados para fomentar el desarrollo, por lo que es necesaria una alternativa. Las voces de un Nobel como Joseph Stiglitz, o de Paul Krugman, así como las de exprimeros ministros socialistas, han de servir para situar en la agenda de prioridades de quienes gobiernan la globalización el problema de las desigualdades.

Este llamamiento a favor de un desarrollo ordenado y equilibrado de los países más atrasados, al igual que la declaración final del Fórum, debería servir de despertador de conciencias. También de acicate para unas políticas más flexibles del FMI. El hecho de que su nuevo director gerente, Rodrigo Rato, se muestre receptivo con las propuestas de imponer tasas sobre la venta de armas o la mejora en las ayudas a los países pobres es un primer síntoma de cambio.