La actual situación de pandemia global está propiciando profundos cambios en muchos aspectos de nuestra vida, valores y modelo social cuya magnitud se intuye, aunque todavía no sabemos a dónde nos va a conducir. En un reciente y brillante artículo de Cristina Monge titulado 'Algunas encrucijadas que definirán la sociedad postcoronavirus', tras reconocer que ya nada será como antes, planteaba que nos hallamos ante dos serios desafíos, el científico-sanitario, obvio, pero también el de las ideas, el cuestionamiento de nuestro modelo económico y social que nos ha abocado a la actual situación.

Vivimos unos tiempos en que los Estados nacionales han sido desplazados por los grandes poderes económicos como actores determinantes de la política internacional. En esta intrincada selva en la que domina el neoliberalismo, en la que, como decía Zygmunt Bauman, esos conglomerados empresariales, de localización incierta, pero de actuación global y sin fronteras, escapan a cualquier control político y se sienten impunes dado que no deben dar cuenta de sus actuaciones ante ningún electorado, algo esto último, que resulta esencial en cualquier sociedad democrática.

Al estar fuera de control, desbocados, voraces e insaciables, los grandes poderes económicos imponen sus reglas con arreglo a sus intereses, mueven los hilos de la deslocalización con el mismo descaro con que, por su afán de lucro desmedido, condicionan las decisiones de los Estados y gobiernos legítimos. Y es que, como señalaba Daniel Innerarity en su libro 'Política para perplejos' (2018), los cambios producidos en el mundo contemporáneo afectan a la política de forma radical y todo parece indicar que se trata de cambios «irreversibles», que no responden a una moda pasajera, sino que son estructurales, entre ellos, la globalización de la economía y la configuración de la sociedad del conocimiento.

Se habla con frecuencia de «la crisis de la política» la cual, como apunta Innerarity, respondería a problemas tales como que la política «no hace aquello para lo que estaba prevista»; la existencia de una falta de adecuación ante problemas nuevos como es el caso de los efectos negativos de la globalización. Es por todo ello que resulta imprescindible buscar un dique de contención, un modelo alternativo que pueda ejercer unas funciones similares al desbordado Estado-nación en una dimensión global, máxime en las circunstancias actuales en las cuales la pandemia producida por el Covid-19 ha demostrado lo anacrónicas que resultan las viejas fronteras nacionales. La triste realidad de los hechos nos ha puesto de manifiesto que, en nuestro mundo globalizado, las instituciones supranacionales han sido incapaces de actuar de forma coordinada, y que en el caso de la Unión Europea, las resistencias de algunos gobiernos están minando el ideal europeísta en aras a un nostálgico anhelo de volver a encerrarse tras las viejas fronteras nacionales. Y, sin embargo, ahora es cuando más necesario resulta el reivindicar el concepto de una «globalización inteligente» como decía Cristina Monge, de una «gobernanza global».

El concepto de «gobernanza» surge ante la necesidad de oponer una alternativa frente a la idea neoliberal de un modelo de Estado reducido a su mínima expresión, que ha desmantelado el sector público, y sin embargo tan necesario y vital como los hechos recientes han demostrado, una gobernanza que sea capaz de fijar los parámetros democráticos y de planificación económica que beneficien al conjunto de la ciudadanía. Esa es la razón de ser actual de los conceptos de gobernanza, así como los de «Estado activador» y de «sociedad civil» como respuesta y contrapeso a la creciente desestabilización neoliberal.

El nuevo concepto de «gobernanza» tiene tres ámbitos diferenciados. En primer lugar, desde una perspectiva política, hace referencia a las nuevas formas de gobernar tanto dentro como por encima de las limitadas fronteras del Estado-nación y ello supone, en palabras de Innerarity, «una transformación de la estabilidad en las democracias que se ve obligada a transitar desde las formas jerárquicas y soberanas hacia modalidades más cooperativas». Desde el ámbito económico, la gobernanza plantea la necesidad de regulación de los mercados internacionales y, tras el postcoronavirus, con una economía en estado de shock, que exigirá una reestructuración de las políticas económicas y fiscales a nivel global, reclama la salvaguardia de lo público y de las políticas de protección social. En esta línea, como señalaba Joseph Stiglitz, «en un mundo en el que la política se confía a las representaciones cuantitativas, la lucha por el modo de medir se ha convertido ya en una tarea genuinamente democrática» y, por ello, planteaba, a la hora de calcular el PIB de las naciones, el incluir temas tales como las desigualdades sociales o las cuestiones medioambientales. Y, finalmente, desde un ámbito jurídico, la gobernanza ofrece una nueva perspectiva en cuestiones que van desde la reforma de las Administraciones públicas a la función del Derecho en un mundo globalizado.

A modo de síntesis, el concepto de gobernanza, en sentido amplio, hace referencia, retomando las palabras de Innnerarity, a todo «un profundo cambio en la acción social y en las formas de gobierno de las sociedades contemporáneas, que deben resituarse en medio de un ámbito, no exento de tensiones, configurado por el Estado, el mercado y la sociedad, en un contexto marcado por la globalización y la interdependencia». Por todo lo dicho, el concepto (y la necesidad práctica) de la gobernanza democrática supone hoy en día la posibilidad de salvar el poder político de la devastación económica y social generada por las políticas neoliberales y, al mismo tiempo, y no por ello menos importante, de transformar profundamente la sociedad para que el ciudadano, y no el negocio económico, vuelva a ser el eje de toda acción política digna de tal nombre. Por todo ello, ante la necesidad de encarar de forma global la devastadora pandemia que nos atenaza, con sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales que de ella se derivan, resulta preciso impulsar, cada vez más, el ideal de una gobernanza global regida por valores democráticos, de justicia social y de solidaridad.

*Fundación Bernardo Aladrén