La película 'Sobre el infinito' de Roy Andersson (se puede ver en Filmin) presenta un tema clásico: un sacerdote angustiado por perder la fe. Eso no sería un problema en el Gobierno, que en algunos casos ha hecho del defecto una poética. Es el Gobierno del oxímoron.

Tenemos el caso de Manuel Castells, el ministro de Universidades que, tras tomarse unos días de descanso nada más llegar al cargo, señaló que «copiar bien» es una «prueba de inteligencia». En otra entrevista, el ministro hablaba de los alumnos que se habían ido de las residencias dejando el portátil y los apuntes, y con el confinamiento no podían recuperarlos. Una estudiante de Talavera de la Reina con la que se escribe 'emails' le había contado su problema. El ordenador de su padre iba mal, y ahí estaban los apuntes de la joven muertos de asco, en el portátil de la residencia. Castells había consultado a los ministros de Sanidad e Interior para ver si se podía hacer una excepción en el confinamiento.

Cualquier crítico de Pedro Sánchez se ablanda si piensa que colocar a un supuesto comunista al frente del ministerio de Consumo es una broma buñuelesca. Otras veces esa designación parece un experimento para evaluar el síndrome Dunning-Kruger, la condición que impide valorar la propia incompetencia. Tras informarnos ufano de la reducción de apuestas deportivas ahora que la competición deportiva está parada, el ministro ha restado importancia al turismo, un sector «precario y de poco valor añadido», que por otra parte aporta el 12% del PIB y el 13% de los empleos.

La ministra de Igualdad es la representación de la desigualdad, y tanto ella como su pareja han mostrado que para ellos no funcionan las mismas reglas que exigen a los demás: de las cuarentenas a los escraches. El autodefinido Gobierno feminista repartió las competencias de Luisa Carcedo, una mujer que sabía de lo suyo, entre Salvador Illa, Pablo Iglesias y Alberto Garzón, tres hombres de los que no es fácil saber qué es lo suyo.

Otro ejemplo es el presidente del CIS, José Félix Tezanos. Ha arruinado el prestigio de la institución, transformada en una herramienta de partido al estilo peronista. Los barómetros presentan preguntas capciosas o delirantes (valorar la situación económica «al margen de la Covid-19»), se han roto series históricas y tomado decisiones inexplicables científicamente.

Académicos, políticos como Íñigo Errejón o el sociólogo y alcalde de Alcañiz Ignacio Urquizu han criticado aspectos del barómetro. Pero tampoco hay que preocuparse: Tezanos ha dicho que no hay que confiar en las encuestas. No necesitó añadir: Y menos en las mías.

@gascondaniel