El 5 de julio del 2015 tomó posesión Javier Lambán. Coincidiendo con esta fecha, el líder del Ejecutivo tiene previsto hacer una leve remodelación interdepartamental. Lo hará a finales de este mes. Afectará a menos de diez direcciones generales. No habrá cambios de primer nivel. El jefe del Gobierno quiere dar un nuevo pulso, pero sobre todo corregir disfunciones. La superficialidad de la reestructuración evidencia que Lambán parece satisfecho con sus consejeros. Pierde el presidente una oportunidad de imprimir más brío a la legislatura, después de estos dos primeros años en los que las turbulencias externas han dado un tono derrengado a la DGA. El Gobierno ha sido excesivamente permeable y se ha momificado en los procesos internos de Podemos y por las primarias del PSOE. La semana previa a la victoria de Sánchez y las posteriores, el Pignatelli fue casi una zona cero. Es innegable que se han producido avances sociales. Y es un acierto que el Ejecutivo haya hecho de la logística su marca más reconocible y exitosa. Pero con los presupuestos del 2018 a la vuelta de la esquina, Aragón merece un responsable de sus cuentas más fiable; el consejero de Agricultura y Medio Ambiente, Joaquín Olona, llega a este ecuador tocado, y el responsable de Sanidad, Sebastián Celaya, está desgastado. En universidad, Pilar Alegría, está desaprovechada. La consejería funciona incluso cuando ella se dedica a otros menesteres y podría integrarse en otra. Y Vicente Guillén como portavoz debería asumir más peso político.

*Periodista