Según Josep M. Colomer, en los 40 años de democracia España es el único país de Europa, en el que nunca ha habido un gobierno de coalición a nivel estatal, siempre controlado por un único partido. Dos gobiernos de UCD; siete del PSOE; y cuatro del PP. Como promedio el apoyo electoral ha sido del 40%. No hablo del número de escaños. Han sido gobiernos excluyentes, ya que siempre una minoría de votantes son los ganadores, porque el partido al que votaron es el que forma el gobierno.

Estos gobiernos minoritarios son producto de unas reglas institucionales, fundamentalmente el sistema electoral y los requisitos a la hora de nombrar o destituir al presidente del gobierno. En cuanto al sistema electoral fue diseñado por el gobierno de Suárez sin contar con la oposición democrática, con el objetivo de sobrerrepresentar los distritos rurales sobre los urbanos, para que alcanzará la mayoría absoluta la UCD en detrimento del PSOE. A la hora de elegir el presidente si no se alcanza por la mayoría absoluta en escaños, se puede por una relativa en segunda vuelta. De ahí, la posibilidad de gobiernos minoritarios, que se pueden mantener siempre que los partidos de la oposición no se pongan de acuerdo para acordar una moción de censura. Han fracasado tres mociones, del PSOE en 1980; del PP en 1987; de Podemos en 2017. Y ha prosperado la de Sánchez.

La consecuencia de gobiernos minoritarios tanto en votos como en escaños ha sido una política de confrontación, que se amortiguaría con gobiernos de coalición. Confrontación que no se ha producido en política macroeconómica, al haber sido coincidente entre los dos grandes partidos. Miguel Boyer anunció un programa de estabilización de 10 años, una estrategia continuada por Solchaga y Solbes. En los periodos de expansión, se privatizaron monopolios estatales, se liberalizaron los mercados de capitales y trabajo, se facilitó la inversión extranjera y el incremento del gasto social. En periodos de recesión dentro de la Unión Europea: equilibrio presupuestario, incremento de impuestos, rebaja de salarios, recorte del gasto, y otras medidas de austeridad. El PP con los Rodrigo Rato y Montoro se identificaron con estas políticas.

Por ende, en los tiempos recientes al no haber grandes controversias macroeconómicas, ni tampoco en temas migratorios o territoriales, han movido al PSOE y PP a elegir otros temas de confrontación. El PSOE se inclinó por el aborto, el matrimonio homosexual, la religión y educación para la ciudadanía y la memoria histórica. El PP las contrarrestó con políticas muy agresivas según los mandatos de los obispos, incluyendo el terrorismo. Se han atacado ambos por la corrupción, lo que ha supuesto pérdida de apoyos electorales.

Los escándalos, las campañas de confrontación, las secuelas de la recesión finiquitaron el bipartidismo, con la irrupción de Podemos y Cs. Los partidos nacionalistas se mantuvieron o crecieron. En las elecciones PSOE y PP juntos alcanzaban siempre el 80% y en las de 2015 apenas superaron el 50%. En estas, como ningún partido podía alcanzar el suficiente apoyo parlamentario, se extendió el mantra de un gobierno de coalición, como los había en muchos países europeos entre los populares, liberales y socialistas. Era la oportunidad para que España por fin siguiera la moda europea. Tampoco fue posible. El pacto de progreso PSOE-Cs no prosperó en un gobierno. Pacto que el PP dijo asumir en un 70%. Mucho postureo, muchas negociaciones cara la galería, al final las elecciones el 26-J, que supusieron la formación del gobierno de Rajoy con apoyo parlamentario de Cs y la abstención del PSOE, tras el lamentable apartamiento de Pedro Sánchez, exigido por una campaña mediática descomunal. Otro gobierno minoritario, con solo el apoyo del 33% del electorado. El gobierno de Rajoy abusó del Decreto-Ley despreciando al Parlamento, además de incumplir el acuerdo con Cs. Y fue desalojado del poder por la corrupción y la cuestión de Cataluña.

Actualmente la mayoría de los políticos siguen jugando a la gesticulación, emiten siempre los mismos discursos, y potencian la crispación propia de la política de confrontación. Los medios de comunicación incrementan la presión. En las tertulias con los Inda, Marhuenda, predominan los insultos, la incapacidad de escuchar, la interrupción con los mismos clichés (déjame terminar, Paracuellos…). ¡Qué ejemplaridad el programa de La Clave de Balbín! Las redes son mitad urinario público mitad patíbulo privado, donde muchos dan rienda suelta a sus prejuicios y frustraciones.

Los políticos se pueden permitir el lujo de mantener discursos enconados, porque en el fondo saben que no pasa mucho. Incluso si el gobierno no hace nada o solo una política de gestos, o si no se forma gobierno en meses, las consecuencias son mínimas. La Unión Europea, el gobierno central, la Seguridad Social siguen funcionando. Las más importantes decisiones se toman en Bruselas, Berlín o Washington sobre políticas fiscales, monetarias, financieras, terroristas, migratorias o medioambientales; además los gobiernos autonómicos y municipales administran los servicios públicos básicos, como educación, sanidad o asistencia social.

Lo más grave es que esta política de crispación sobre temas «banales», que tiene mucho de teatralidad, se traslada a la ciudadanía. Está en nuestras manos librarnos de ella.

*Profesor de instituto