Cada uno habla de la feria según le va en ella», se lee en La Celestina, idea incorporada al repertorio de proverbios españoles. En política, esta sentencia es tan común que se ha convertido en un axioma. Así, un gobierno no es bueno, regular o malo por su programa, su proyecto, sus acciones o los resultados obtenidos, sino que depende de la posición de los afectos o contrarios al mismo.

Desde unos días España disfruta o sufre (según quién lo diga) de un nuevo gobierno. Alcanzada la presidencia mediante una moción de censura, Pedro Sánchez ha configurado un equipo en el que no hay ni programa ni proyecto ni plan ni objetivos concretos. Sacar a M. Rajoy de la Moncloa era una deber moral, pues los casos de corrupción en los que estaba implicado, la incompetencia de muchos de sus ministros y la inanidad del personaje así lo exigían. Pero una cosa es echar a un presidente inútil y manchado por la corrupción y otra ofrecer un proyecto de gobierno a este país; y me temo que Pedro Sánchez no lo tiene.

El caso de la elección del ministro de Cultura y Deporte es paradigmático. Hace una semana se nombró para el cargo a Màxim Huerta, un periodista de la prensa rosa que ha escrito varias novelas, que era muy activo en las redes sociales y que se jactaba de odiar el deporte, es decir, un hombre de perfil mediático que entendía la cultura a la ligera. Pues bien, sólo una semana después, y obligado a dimitir por ocultar que había tenido problemas con Hacienda, el presidente del Gobierno lo ha sustituido por José Guirao, un personaje de perfil muy distinto a su efímero predecesor, un gestor cultural de intenso y largo recorrido partidario de una cultura elitista y, según sus propias declaraciones, absoluto desconocedor de los asuntos deportivos. O sea, un ministro al que la mitad de las competencias que tiene que gestionar le traían al pairo hasta hace unas pocas horas.

En la oposición, Pedro Sánchez reiteró una y otra vez palabras como «transparencia», «proyecto» y «coherencia», pero una vez asentado en la presidencia ha asumido íntegramente los presupuestos que elaboró el Gobierno del PP, ha nombrado ministros de ideas políticas contrarias y, a día de hoy, sigue silente y oculto, sin ofrecer ninguna explicación, ni una rueda de prensa y ni una sola entrevista. Ni siquiera ha comparecido ante los periodistas para dar cuenta de lo tratado en la visita a Madrid de Leo Varadkar, primer ministro de Irlanda; algo absolutamente insólito que ni siquiera M. Rajoy se atrevió a hacer.

*Escritor e historiador