La incorporación de la mujer al mercado laboral ha tenido un largo recorrido en las últimas décadas, de forma que hoy podemos celebrar que no hay actividad en la que solo haya hombres. Persisten, sin embargo, notables situaciones de desigualdad que se traducen, a veces, en salarios inferiores por el mismo trabajo que un empleado masculino, y discriminaciones más o menos sutiles cuando queda embarazada. Y donde el cambio aún se nota muy poco es en los puestos de responsabilidad de las grandes empresas. En España, apenas el 20% de plazas de los consejos de administración de las firmas del Ibex 35 las ocupan mujeres, lejos del 40% que el Parlamento Europeo recomendó hace ya tres años. Si se amplía el foco a las mil mayores compañías, el porcentaje baja hasta un deprimente 8%. El hecho de que en España las empresas no estén obligadas por ley a un porcentaje mínimo de consejeras prolonga la endogamia de género de los directivos masculinos. De esta forma, las profesionales necesitan casi siempre poseer más méritos que sus iguales varones para alcanzar la cúspide empresarial. El tiempo corre a favor de la corrección de esta anomalía, pero debería acelerarse tanto por la vía de la persuasión como de la obligación. No solo por coherencia con el principio universal de igualdad, sino porque donde hay paridad suele haber mayor grado de eficiencia.

La 31ª edición de los Premios Goya, la gran gala de la cinematografía española, vino a ser una fotografía de un cine que malvive de forma secular. Porque en él conviven casos aislados de éxito con una mayoría de oferta que no capta al gran público, mucho más entregado a los productos que le llegan de Hollywood que a los que retratan una realidad cercana. La gala tuvo, en un palmarés sin sorpresas, a dos ganadores, uno por la cantidad de premios y otro por la calidad de los suyos. El caso de J. A. Bayona es extraordinario. Ha dirigido solo tres filmes y con Un monstruo viene a verme logró 9 goyas que se suman a los 12 que coleccionó con El orfanato y Lo imposible. El talentoso Bayona ha jugado siempre en la liga de los grandes, goza del apoyo del público y de la admiración del propio Spielberg. Un monstruo viene a verme sumaba hasta final de enero 26,5 millones de recaudación y 4,6 millones de espectadores. Pero las cifras de la mejor película, por contra, hablan por sí solas de las penurias de la mayoría de productos del cine español. Avalada por la Academia y antes por la crítica, Tarde para la ira, del actor y director debutante Raúl Arévalo, contaba con 1,1 millones y 186.000 espectadores en la misma estadística. Ahora crecerán algo por la palanca de los premios, pero la industria del cine español precisa un impulso institucional que no parece que vaya a aumentar inmediatamente si el presidente del Gobierno reconoce que nunca va al cine.