El Museo Goya fue el adecuado marco, en Zaragoza capital, para la presentación de El sueño de la razón, la nueva novela policíaca de Berna González Harbour, cuarta entrega ya de la serie de su comisaria Ruiz.

En sus páginas, el lector vivirá dos épocas unidas por la intriga y el crimen: la de Goya y la España actual.

La primera, bien documentada, servirá a la escritora como inspiración para tejer una trama criminal que transcurre en el Madrid contemporáneo, rabiosamente actual, bien conocido por González Harbour en su faceta de periodista comprometida con la actualidad.

Alguien, una mano negra, tan negra como las pinturas de la Quinta del Sordo, parece estar de alguna manera inspirándose en el genio de Fuendetodos para llevar a cabo sus designios asesinos. Ese alguien, que aparenta espiarnos, observarnos desde el plano de la ficción, pudo haber enriquecido asimismo los cuadros de Goya a modo de testigo anónimo, referencial de una época. No en vano un rostro oculto, unos ojos escondidos, un perfil reflejado en el espejo han encubierto tantas veces recursos de los grandes maestros del pincel para jugar con la perpectivas de los sentidos del espectador... Precisamente uno de esos rostros semioculto en La romería de San Isidro inspiró a la autora El sueño de la razón.

Se trata de una cara muy goyesca, pero nítida, que a primera impresión recuerda a Peter Lorre, y a la segunda a Napoléon Bonaparte. ¿Una --¡atención, expertos!--, caricatura del Sire? ¿Por qué no? Como afrancesado que era, Goya tuvo que sufrir enormemente entre los desastres de la razón y los de la guerra, entre el fracaso de la Ilustración y los cadáveres colgados a la vera del camino.

¿Obra, todo ello, de Napoleón? No, por supuesto, pero en algo, tras Los Sitios, decaería a la mirada de Goya su figura tras la matanza de aragoneses con bayonetas francesas.

Una novela, en cualquier caso, que se lee como un thriller, con fluidez en sus episodios y escenas, con diálogos tan reales como la muy realista comisaria Ruiz y con esa inquietud trasladada desde los pozos y negruras goyescas hasta las zonas en sombra, tantas como entonces, de nuestra actual sociedad.