Es que me parto el pecho oyendo a Montoro en el club de la comedia que recrea cada vez que interviene en el Congreso: desde el año 2000 dice que viene investigando las trapacerías financieras de Pujol. En esa fecha él era ministro de Hacienda, Rato de Economía y Pujol presidente de la Generalitat. Ya quisieron echarle el guante, porque había sospechas más que fundadas de mordidas y porcentajes ("su problema es el tres por ciento", gritó Maragall),pero no hubo collons porque el partido de Pujol era imprescindible para que tanto el PP como el PSOE mangonearan a su antojo la gobernabilidad de España. Y así, legislatura a legislatura, los hijos de Pujol han abierto hoteles de superlujo en México, han comprado puertos en Argentina y decenas de empresas y sociedades en España,cientos de sedes comerciales y financieras, y han sacado maleteros llenos de dinero en su inmensa flota de todoterrenos, masserattis y ferraris, porque en cuestión de alarde de coches los hijos de Pujol son unos auténticos horteras boleras. Digo que me parto porque después de asegurar que el caso Pujol no quedará impune, el Montoro más gracioso que he visto nunca propuso cambiar la ley para no dar cobertura a quienes engañan al fisco y erradicar el fraude con más medios. O sea, que catorce años después, ese ministro que amenaza bravucón a particulares que tienen asuntillos pendientes con Hacienda, reconoce en sede parlamentaria que la ley está hecha para proteger a los grandes defraudadores y que, a lo mejor, habría que cambiarla. Periodista