La crisis económica ha terminado por convertirse en un gigantesco espejo en el que obligatoriamente ha tenido que mirarse la política. Y en general no ha salido bien parada. Son los malos momentos los que ponen a prueba a los sistemas, las ideas y las personas y en España el suspenso es generalizado (CIS dixit). Es evidente que la crisis económica ha traído de la mano una de carácter político. La primera dicen que está terminando. La segunda no parece tener fin y cada vez tiene más que ver con el mercadeo de los principios básicos de la representación pública.

Así, ante la mayoría de los españoles se presentan ahora cuatro formaciones principales que se asemejan a sendas tiendas por no decir tenderetes. Ofrecen sus productos en el mostrador tratando de reclamar la atención del cliente como si se tratase de un gran bazar.

El PSOE está en el poder, y eso lo cambia todo para un partido, pero al jersey amarillo que lleva Pedro Sánchez se le ven cada vez más costuras. Empieza a ser habitual que desmienta al sí mismo que estaba en la oposición, amén de las veces que se corrigen entre sí los miembros del Gobierno. Su pésima gestión del traslado de Franco no ha hecho sino reactivar a Vox y a esa España nostálgica y desmemoriada.

En el PP, Pablo Casado se ha acercado demasiado a este mismo Vox, queriendo asumir sus tesis sin perder su posición de centro, algo imposible. Debería mirar cómo el partido de Merkel ha perdido gran cantidad de votos al acercarse a la ultra derecha, y que la mayoría de ellos han ido a parar paradójicamente a Los Verdes.

Albert Rivera, mientras, duda. Nada nuevo con tanto cambio de opinión. Tan pronto es más derechista que Casado o Vox, como otras veces se desmarca porque su baza fundamental es la ubicuidad, y poder ser importante en cualquier combinación de resultados, sin excluir el PSOE.

Lo de Podemos parece de manual: repite amplificando los problemas de la vieja izquierda cuando pretende relegar a los principales ayudantes de Carmena, librepensadora, pero a la vez su principal activo. Hablan de bases, pero quien decide después de todo es el secretario general de Madrid, el conocido cunero Julio Rodríguez.

En el fondo, se les ve el plumero, y no solo a los morados. Nadie ofrece un discurso coherente y bien trenzado ideológicamente. El único mensaje que se oye es el de ¡barato, barato, lo tengo todo barato!. H *Periodista