Nuestro diario publicaba ayer un amplio informe sobre las nuevas tendencias mediáticas y cómo ve la gente ahora la televisión. Desde hace un tiempo, la pantalla se ha multiplicado convirtiéndose en mil ojos que ven lo mismo pero desde distintas ventanas. Los programadores tienen que tener a un lado las audiencias diarias y en la otra mano el último grito en sociología aplicada al consumo.

Yo hace tiempo que noto cosas raras; una de las más llamativas es que en las tertulias a mesa redonda, los invitados ya no siguen con atención lo que está contando un compañero sino que se mantienen pendientes de sus grandes o pequeños aparatos (tabletas o móviles) para seguir el oleaje de comentarios al minuto, y por otro, para suministrar ellos mismos carnaza a la fiera, enviando desde la mesa su último suspiro. Todo eso llega a una enorme fábrica de macerado que es devuelto al universo en forma de tendencia. Lo que a mí me llamaba la atención es la falta de urbanidad, la poca educación, que les llevaba a no prestar atención; cada invitado era una cabeza taciturna inclinada sobre un aparato.

En Sálvame (Tele 5) los invitados meriendan a carrillo suelto. Y siguen con sus cacharros ensimismados. Al obispo de Barcelona le sonó el móvil en plena entrevista con Ana Pastor. Y todo en este plan. No es que veamos la tele en distintas ventanas, es que formamos parte de un gran evento. Enviando y recibiendo notas y chistes sin cesar. El mundo es una gran chirigota que produce un ruido insoportable.