Realmente, uno no acaba de entender la histeria mundial con las elecciones norteamericanas, ni esa infantil polarización entre malos (Bush) y buenos (Kerry). No creo que Bush represente la maldad en estado puro, pues hasta para eso se requeriría una inteligencia superior, ni Kerry, en los oscuros compromisos que ya no deberá suscribir, la esperanza de un mundo más noble, justo y mejor. Más bien sospecho --quizá por haber leído en exceso a Ellroy-- que ese circo sea tan sólo otro episodio o sketch del gran espectáculo de la política americana, que es eso, simplemente, un show al servicio de los inconfesables intereses del país más poderoso de todos los tiempos. Una cortina de humo ante la cual gesticulan maquillados actores, mientras el productor y director de la obra, rodeados de asesores bursátiles, observan con atención, y acaso con una sonrisa burlona desde sus ocultos asientos, el ruido y la furia de los excitados cómicos.

George W. Bush es, en efecto, un hombre tosco y primario, como tantos otros ciudadanos, o presidentes, pero, bajo la batuta de consumados maestros, ha ensayado su papel con terca disciplina, para cosechar al final el aplauso de los suyos. Kerry es un bluf, un político de cartón--piedra, un señorito que cena ostras y veranea en Bretaña acompañado por su multimillonaria esposa, y que acaba de desperdiciar una oportunidad de oro por culpa de una campaña mal planteada, escasamente atractiva y nada original. No veo razones de peso para pensar que Kerry, pese al apoyo del mundo cultural, de las ciudades--luz, de Springsteen y Fogerty, hubiese sido a la postre mejor presidente que Bush. Kennedy o Clinton habrían ganado estas elecciones; Kerry, carente de carisma, no.

Por lo demás, Estados Unidos, como no puede ser de otra manera, proseguirá con fidelidad sus líneas políticas de los últimos años. Continuará el Pentágono la guerra de Irak, que debería haber terminado hace tiempo, si la familia Bush tuviera verdadero interés en ello (que no lo tiene), y asistiremos al fragor de nuevos escenarios bélicos donde invertir los excedentes de la industria armamentística, uno de los más generosos patrocinadores de la clase política. Bin Laden, el mejor aliado de Bush, proseguirá haciendo de las suyas, volando edificios, alistando mártires, y de su amenazante y escondida sombra extraerá la Casa Blanca la doctrina necesaria para justificar las guerras preventivas, las futuras invasiones, los asesinatos selectivos de Sharon, el gasto en seguridad, en defensa, en esas nuevas bases y escudos que poco a poco irán envolviendo a las potencias latentes, China, Rusia, India, Irán, susceptibles, antes o después, de rebelarse contra la Pax Americana .

Los amigos del presidente seguirán fabricando granadas, minas, portaviones, y dirigiendo la reconstrucción de los países asolados por su propia y controlada fuerza destructiva. Morirán unos cuantos marines, quizá alguna gran ciudad americana vuelva a sufrir el zarpazo del terror, pero esos elementos se incorporarán al nuevo establishment , a ese espeluznante statu quo que interesa a unos y a otros, a fin de que su siniestra partida de ajedrez no acabe nunca.

Nosotros somos las marionetas.

*Escritor y periodista