Cuarenta y siete años, un mes y seis días después de haber puesto la primera piedra de la construcción europea, la UE dio ayer un paso de gigante para pasar a llamarse simplemente Europa. La UE tiene ya 25 miembros y más de 450 millones de habitantes, se extiende desde Madeira o las Canarias hasta la frontera rusa, desde el límite de Suecia o Noruega hasta Chipre o Creta, y unifica el continente dividido por infinidad de guerras calientes y frías. Los europeos debemos estar orgullosos de que en una transición de apenas medio siglo se haya conseguido todo esto.

La ampliación, en cualquier caso, no será un camino de rosas. Los 10 países que se incorporan a la Unión (Hungría, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Polonia, Lituania, Estonia, Letonia, Malta y el sur de Chipre) tienen una renta muy inferior a la media comunitaria, y los Quince no han sido precisamente generosos económicamente al acogerlos. La unión política tendrá problemas de digestión. Faltan ambición y liderazgo. La división de Chipre es otra anomalía que la UE no ha sabido o querido resolver. Quedan fuera otros países... Pero, por encima de todo, Europa avanza. Despacio, a trancas y barrancas, pero no se detiene.