Me preocupan los perversos y sutiles mecanismos utilizados por los poderes fácticos para manipular y condicionar la opinión política de la ciudadanía. Encuestas tendenciosas. Según Adenauer y Mark Twain podemos decir que existen tres tipos de mentiras: las pequeñas mentiras, las grandes mentiras y los sondeos electorales manipulados. Algunos medios de comunicación repitiendo machaconamente determinados mensajes. Uno de ellos: «si se repiten las elecciones el PP mejorará sustancialmente sus resultados». Se justifica argumentando que el lógico incremento de la abstención por el hastío ciudadano le beneficia. Da igual que asistamos a una auténtica avalancha de cargos populares ante los tribunales de justicia por los casos Gürtel, Púnica o tarjetas black. Nos dicen y nos convencen que la corrupción al PP ya le pasó factura el 20-D. Tales afirmaciones repetidas desde tertulias, artículos, editoriales van calando en la sociedad española y las asume e interioriza como inevitables, como la ley de la gravedad.

No quiero referirme a los acérrimos votantes del PP, ya que a estos les resbala la corrupción, auténtico cáncer de nuestra democracia, de la que hay muchos culpables: el corruptor, el corrupto, y la ciudadanía que la tolera. Por eso, allá ellos con su conciencia y con su dignidad. Votar con la nariz tapada es indecente. Quiero referirme a los votantes de izquierda, entre los que hay un porcentaje importante, que, al asumir la inevitabilidad del triunfo del PP, decide abstenerse. Y este hecho se ha producido ya en diferentes elecciones. Según Carles Castro, es el denominado «voto del sofá» que puso fin a las lealtades tradicionales de la clase obrera a los laboristas ingleses. El concepto, acuñado por el británico Owen Jones, puede aplicarse a las elecciones del 25-S del 2016 en Euskadi y Galicia, lugares donde la izquierda de ámbito estatal perdió más de 400.000 votos. En el conglomerado de Podemos, IU y sus confluencias, las pérdidas casi 200.000 en Euskadi, y en Galicia 140.000. Y en el PSOE el retroceso cerca de 40.000 en Euskadi, y casi 100.000 en Galicia. No todos se quedaron en el sofá. En Galicia, de los votos de En Marea y PSdeG en las generales se fueron a la abstención 188.000 y 48.000 al BNG. Y en Euskadi, el «sofá» acogió posiblemente a más de 100.000 que en diciembre del 2015 apoyaron a Podemos y en menor grado al PSE, aunque los otros 133.000 perdidos pudieron ir al PNV (95.000 papeletas) y Bildu (40.000).

En las elecciones del 26-J de 2016 de los más de 12 millones de votos que la izquierda (PSOE e IU) tuvo en 1996, 2004 y 2008, una parte no pequeña se abstuvo. PSOE y UP cosecharon menos de 10,5 millones; es decir, 2 millones por debajo de los que reunieron PSOE e IU en 2008. Lo ocurrido el 26-J tiene que ver con esa aversión a la victoria o al posibilismo del voto útil que viene padeciendo un sector de la izquierda en citas de baja intensidad. Los números son contundentes: mientras el PSOE perdió poco más de 120.000 votos con relación al 20-D, la coalición de UP refleja una sospechosa sincronización en las deserciones de sus votantes, ya que la cifra de votos en el 26-J es muy similar en muchas provincias al resultado en solitario de Podemos el 20-D. Como si el votante de IU no hubiese comparecido. De haberlo hecho la composición del Parlamento sería muy diferente, como también la evolución política. Se habría producido el sorpasso. En un ejercicio de historia contrafactual, sería muy interesante reflexionar ante esta hipotética situación y que cada uno saque sus propias conclusiones. ¿Gobernaría Rajoy?

No obstante, esta deserción de la izquierda no es una novedad. Es el fenómeno de la izquierda acordeón. Entre los comicios de 1996 y los del 2000, el conjunto de la izquierda extravió casi 3 millones de votos. En el 2004 y el 2008 Zapatero los recuperó y junto IU los elevó hasta la cifra récord de 12,3 millones. Sin embargo, en los comicios del 2011, la izquierda volvió a sufrir cuantiosas pérdidas: 3,5 millones. Y no todos esos desertores recalaron en otros partidos, ya que el PP sumó sólo 600.000 electores más, y UPyD, 800.000. El destino preferente de ese voto oscilante es la abstención. Y los registros de participación lo confirman. Por ejemplo, en 1996 alcanzó el 78%. En el 2004, superó el 77%. Y, en el 2008, rebasó el 75%. La comparación con otros comicios muy malos para la izquierda es evidente: en 2000 la participación cayó al 70%; en el 2011, menos del 72%. El 20-D la participación se elevó al 73%.

La historia electoral debería servir de lección a los votantes de la izquierda, que critican a los de la derecha por su fidelidad. Tal fidelidad explica sólo en parte el triunfo del PP. También contribuye la abstención de un porcentaje del votante de izquierdas.

Por otra parte, las izquierdas no deberían haber tenido miedo a otras elecciones. Al mostrarse temerosas, al no confiar en sus propias fuerzas, se reconocen de entrada derrotadas. Unas elecciones nunca son un disparate. Y cuando lleguen, los partidos de izquierdas por encima de todo deberían incentivar la participación. Esa es la auténtica batalla.

*Profesor de instituto