El Romancero afirma que había grandes señales el día que nació Abenámar, moro de la morería. No sé quién demonios fuera Abenámar ni quién envió las señales, pero se ve que, con ellas, el personal quedaba avisado. Eso ocurría a menudo en el Medievo (José Luis Corral no me dejará mentir), a lo mejor porque no había tertulias en la radio y de alguna forma tenía que orientarse la gente. Signos ominosos u optimistas que cada uno interpretaba según Dios le daba a entender.

Bueno, pues desde los idus de marzo hemos vuelto al Medievo. No hablo de lo que hacen los hunos (y los otros) en Oriente Medio, ni de otras barbaries más cercanas. No hablo de ello, más que nada por no redundar con mi vergüenza en la de todos ustedes. Me refiero a cosas más domésticas. Por ejemplo a los afanes de consenso de antiguos chuletas, poseídos hogaño por espíritus benévolos. O a las prisas de Lanzuela por desdoblar carreteras y ver el AVE en Teruel. Son prodigios todos ellos, mudanzas sobrehumanas que espantan el ánimo de los mortales. Y, por si era poco, la Fiera del Manubles.

Hasta ahora, las serpientes de verano eran camastronas, como la boa constrictor del año pasado, incapaz de matar una mosca, según contaba su propietario. Y además surgían en verano. La fiera, sin embargo, aparece en primavera y decapita corderos a troche y moche cual ángel exterminador. Yo, si fuera don Marcelino Iglesias, nombraba un gabinete de astrólogos y me liaba a eviscerar patos. Se lo juro.

*Periodista