Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo sin dar tregua al Gobierno de España, a su presidente, Mariano Rajoy, y al Partido Popular. Escándalo tras escándalo, la crisis política se agrava, los argumentarios se agotan y la opinión pública se hunde en las arenas movedizas de la indignación y la desafección. Así no se va a ninguna parte. Rajoy todavía se aferra a la tesis de que es preciso evitar la inestabilidad, sin darse cuenta al parecer de que, en estos momentos, él y su partido son el principal factor de desequilibrio. Su delicada situación actual les inhabilita para capear el temporal que agita nuestro país.

El hecho de que en apenas 24 horas se hayan sucedido la detención de un exministro y expresidente de Valencia (Eduardo Zaplana) y una contundente sentencia del caso Gürtel donde se da por sentado que el PP formó parte de una trama de corrupción política dirigida por su tesorero (Luis Bárcenas) ha trastornado todas las agendas. La debilidad del partido en el Gobierno viene siendo patente, como lo es su incapacidad para llevar a cabo un auténtico proceso de regeneración. Sus aparatosos tropiezos no tienen fin. Hace pocas semanas, otra de sus figuras más visibles, la presidenta de Madrid, Cristina Cifuentes, había tenido que dimitir abatida por sus debilidades y por el fuego amigo. El único logro aparente, la aprobación de los Presupuestos Generales, ha requerido notables concesiones al nacionalismo vasco. En Cataluña se ha enquistado el conflicto.

Es una encrucijada que justifica la presentación de una moción de censura por parte del primer partido de la oposición. Si el PSOE no reacciona ahora... ¿cuándo debería hacerlo?. Pero tampoco cabe ocultar que la operación iniciada por Pedro Sánchez llega repleta de incógnitas. Su éxito requerirá el concurso de fuerzas políticas cuyos objetivos distan de coincidir, que no han acordado nada y algunas de las cuales no parecen demasiado interesadas en normalizar la situación.

Llegados a este punto, y sea cual fuere el resultado de la moción de censura, no se vislumbra otra salida factible que la convocatoria de elecciones generales anticipadas. España necesita imperiosamente un reseteo institucional que debe empezar por el Ejecutivo central, y eso solo se puede llevar a cabo devolviendo la palabra a la ciudadanía. Que nadie espere soluciones mágicas. Pero, al menos, déjese funcionar a la democracia.