No cabe duda de que Figueroa Vázquez es culpable. No puede ser de otro modo cuando su hoja de servicios incluye una expulsión inventada antes del descanso. El juez fue el verdugo esta vez. De esos de extrema crueldad que incluso llegan a burlarse de su víctima. El Zaragoza fue un condenado en manos de un árbitro que no lo fue, pero jamás el análisis del partido debe quedarse ahí porque ni antes ni después de la visita del matarife el equipo aragonés fue mejor que su oponente. De hecho se diría que fue inferior a él, como lo fue hace justo una semana ante el Alcorcón.

El empeño, sacrificio y solidaridad de los aragoneses está fuera de toda duda. La calidad de Christian también. Sus intervenciones mantuvieron con vida a su equipo y convendría apuntar el punto obtenido a su cuenta. Fue el mejor tras la expulsión de Borja pero también lo había sido antes. Ese, precisamente, es el problema. Porque ni antes ni después del gol de Toquero el Zaragoza consiguió gobernar nada. Le faltó fluidez, profundidad y llegada y le sobraron nervios e imprecisiones. El Nastic, mejor colocado, tenía estudiado el libreto de memoria. Presión alta, agresividad y juego entre líneas. Así maniató el Alcorcón a los blanquillos. Así lo hizo el Nastic.

El doble bofetón al filo del descanso fue casi mortal. De una tacada, el Zaragoza perdía a dos de sus mejores hombres. Uno expulsado y el otro lesionado. Demasiados problemas a la vez para solo tres cambios. Uno de ellos, la entrada de Delmás, era obligado. Quedaban pocos para tanto tiempo por delante y muchos jugadores fuera de su mejor estado físico cuando, precisamente, lo que quedaba por delante exigía músculo y pulmones en óptimo estado de revista.

Aguantó el Zaragoza hasta que Christian se quedó sin milagros. Natxo había dispuesto un 4-3-2 y líneas muy juntas pero el doble refresco obligado le privó incluso de renunciar a un punta rápido en busca de una contra salvadora. Y eso que Papu la tuvo pero disparó mal. Poco después el Nastic empató.

Concluyamos pues que, después del golpe bajo de Figueroa, el Zaragoza hizo lo que pudo pero quizá antes también. Le faltó energía, dinamismo, frescura y vitalidad. Justo lo que derrocha en Copa. Figueroa mató al Zaragoza pero antes de eso el equipo aragonés no tenía ni la tensión equilibrada ni el pulso firme. Fue siempre gris. Incluso antes de que llegara el de negro con el puñal.