Las opiniones que se vierten en la calle, en la prensa, radio y televisión, bullen cual caldero hirviendo por falta de congruencia y de lógica a la hora de aplicar las medidas preventivas para gestionar la pandemia. No me voy a repetir de lo que ya se ha dicho y de lo que todos conocemos de esta situación que está siendo agónica, especialmente porque no se encuentran deducciones de cordura. El hombre o la mujer se guía por un razonamiento a través de la comparación y la coherencia, con el fin de conseguir mayores aciertos. Sin comprensión, la reflexión se convierte en conflicto que repercute en nuestra sociedad, siendo el Gobierno de Pedro Sánchez y toda su parafernalia el que está alcanzando cotas de elevadas contradicciones, reflejando un atolladero de la razón consigo misma, salvo que su intención, en toda esta gestión, sea una oportunidad para elevarse por encima de las limitaciones del entendimiento y obtener un rendimiento insospechado.

Hace 128 años que Edvard Munch realizó la primera versión de la pintura titulada 'El grito'. Una imagen icónica que ha estado presente en el imaginario universal como símbolo de la desesperación. Es un ejemplo vivo de la corriente expresionista que ha servido para manifestar lo inexplicable del sentir humano. Debido al hartazgo que llevamos, y no solo por la elevada incongruencia que rezuma en el Gobierno de la nación, sino por los numerosos encuadres que se dibujan en las parcelas del poder político, derivando hacia situaciones que rozan el esperpento, 'El grito' se posiciona como expresión elocuente. Estaría bien hacer carteles de la obra de Munch para que pendieran de las farolas, pines para ponerlos en la solapa o el vestido, para que llegue a los oídos del presidente Sánchez y, como escribió Edvard en una de una de sus versiones litográficas de la obra, le oigamos decir: «Sentí el gran grito en toda la naturaleza».

Ponemos El grito también por la polémica que ha suscitado la compra, por parte del Museo del Prado, de un lienzo de la artista María Blanchard (1881-1932), al considerar, el Museo Reina Sofía, que al ser una obra realizada en el siglo XX le correspondería estar en el Reina Sofía y no en el Museo del Prado. A parte de los matices sobre los acuerdos entre los dos museos, lo cierto es que, pretender que el Reina Sofía tenga la hegemonía sobre la adquisición de obras dentro de una cronología determinada, se sale de un razonamiento plural, cuando es sabido que es muy habitual ver en otros museos europeos, como es el Rijksmuseum de Amsterdam, obra del siglo XX cohabitando con las del museo moderno Stedelijk.

Es muy importante que se incrementen las colecciones, y más si son con creadoras. Estas artistas que, siendo que formaron parte de las vanguardias históricas, fueron ignoradas en su época y poco valoradas después, y ese lastre se ve reflejado en los museos cuando vemos que su presencia, en ellos, es escasísima. El mes de marzo acaba y el día 8, en nuestro país, sirvió para poco a causa de que el mayor protagonismo se lo llevaron las diversas formaciones políticas, debido a las polémicas que se crearon entre ellas por conseguir una mayor relevancia egocéntrica no exenta de contradicciones. “El grito” igualmente va por ellas.