Si nos fijamos en la historia de este continente europeo, observamos que ha estado inundado constantemente por una de las peores lacras humanas: la guerra. Robert Menasse en su libro Der Europäische Landbote nos dice: "Si en un mapa de Europa marcásemos en negro todas las fronteras políticas que ha habido en la historia, saldría un red negra tan tupida, que sería prácticamente una Europa pintada de negro. Sobre esa red negra, ¿qué línea negra podríamos considerar a golpe de vista como una frontera natural? Si sobre ese mismo mapa trazáramos una línea roja allí donde ha habido en Europa contendientes en guerra, lugares que han sido campos de batallas y frentes, la red de las fronteras desaparecería cubierta por el color rojo".

Nos dicen que uno de los grandes triunfos de la Europa de la postguerra ha sido la erradicación de la guerra dentro de sus fronteras, mas no es cierto. La guerra en los Balcanes es una prueba, y los Balcanes es Europa. Srebrenica nos debería avergonzar. Ahora mismo se está produciendo otra, cuyo desenlace no se vislumbra, en la misma Ucrania, y Ucrania es también Europa. Esta ocasión, es una nueva demostración de que, a unas pocas horas de distancia en avión del lugar donde está aconteciendo una tragedia que afecta solo a los que viven allí, otros europeos vivimos cómodos y tranquilos en nuestros propios hogares, y apartamos nuestras miradas de las pantallas de los informativos de televisión para alejarnos de ella. Esta actitud no es una novedad. Según el escritor croata Srécko Horvat, podemos comprender que algunas personas vivan tranquilamente, mientras que otras, al mismo tiempo, están muriendo muy cerca, leyendo a un autor testigo de las dos guerras mundiales, y que se suicidó al no poder soportar la brutal carnicería humana de la segunda. Se trata del austríaco Stefan Zweig. En uno de sus artículos Bei den Sorglosen. (Con los despreocupados), publicado en 1918, cuenta la historia de su visita a los ciudadanos de Sorglosen, que disfrutan del lujo y el aire en los Alpes de St. Moritz: ríen, esquían, practican el polo y el hockey, bailan, mientras Europa se estaba destruyendo y desangrando, ya que estaban muriendo cada día diez mil personas, la gran mayoría jóvenes.

Por otra parte, es evidente que la paz no es solo ausencia de guerra, sino también comporta justicia social y no exportar la guerra a otros lugares. En los últimos diez años los países de Europa han conseguido 2.000 millones de euros en contratos militares con Israel, más de 600 millones solo en 2012; y sin embargo la Unión Europea recibió el premio Nobel de la Paz 2012 en reconocimiento a las motivaciones políticas profundas que sustentan a la unión.

Horvat realiza un ejercicio semejante al de Menasse: "Si marcamos con una pluma con tinta negra sobre un mapa de Europa las medidas de austeridad, terapias de choque y ajustes estructurales aplicados en el continente en los últimos 20 años, todo el mapa estaría ennegrecido. De todas estas líneas negras trazadas, ¿hay alguna que merezca ser considerada como racional? Si luego tomamos una pluma con tinta roja y marcamos todos los empleos perdidos, toda la degradación humana producida, y todas las protestas surgidas en los últimos años, la red de las medidas de austeridad desaparecerán debajo de una masa compacta de color rojo".

La conclusión es clara. La UE no tiene ningún interés con sus políticas neoliberales de corregir las desigualdades internas sociales y económicas que muchos de sus países miembros viven y sufren, y que les están conduciendo a una auténtica guerra civil. Hay agresores claros. Juncker ha sido uno de los defensores de las políticas de austeridad con sangrantes recortes sociales para millones de europeos. Mientras tanto el hoy presidente de la Comisión Europea trabajaba para su país, vaciando de impuestos las arcas de sus socios cuando más los necesitaban. ¿Cuánto se ha dejado de ingresar? ¿Cuántos dependientes se han dejado sin asistencia? Dentro de nuestras propias fronteras hay, insisto, una cruenta guerra, como la que están librando los millares de inmigrantes que aparecen ahogados en nuestras playas; como la que están sufriendo todos aquellos, que sobreviven en condiciones ínfimas en muchas de nuestras ciudades; los millones de jóvenes condenados a no tener presente ni futuro alguno; y millones de jubilados con pensiones cada vez más disminuidas, circunstancia que propició, el suicidio de Dimitris Christoulas frente al Parlamento griego, en Atenas, tras dejar una nota "El Gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda posibilidad de supervivencia para mí, que se basaba en una pensión muy digna que yo había pagado por mi cuenta durante 35 años. Y dada mi avanzada edad no veo otra solución que acabar de esta forma digna, para no terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir".

Esto es una guerra cruenta, provocada por el capitalismo que exige no solo la liquidación de los principios que derivan del socialismo, sino también la revocación de la tradición ilustrada y de la herencia humanista y, ya puestos, de la democracia, si aceptamos que esta palabra hoy significa algo todavía.

Profesor de instituto