El reinado de Carlos II (1661-1700), El hechizado, fue para España, similar al de Fernando VII, El deseado, cuyos principales legados --tras su muerte, la de este último acaecida en 1833-- fueron sendas, cruentas y largas guerras civiles. Ocho días antes de su muerte (ocurrida sin descendencia), Carlos II, aconsejado por el papa Clemente XI, legaba la corona de España a Felipe de Borbón (1683-1746), duque de Anjou, y nieto de Luis XIV. Terminaba así el reinado de la Casa de Austria en España, y comenzaba la dinastía Borbón.

No obstante, el emperador de Austria, Leopoldo I, viendo defraudadas las expectativas de que su segundo hijo, Carlos de Austria (1685-1740) reinase en España, hizo que tras su muerte, el archiduque fuese proclamado, en Viena, en el año 1703, rey de los españoles. Carlos III de España (nombre que recibió el archiduque en las tierras hispanas que le apoyaron, es decir, la práctica totalidad del territorio de la antigua Corona de Aragón) desembarcaba en Lisboa, donde le aguardaban tropas aliadas de Inglaterra y Holanda.

El apoyo de los territorios de Aragón y Cataluña al archiduque Carlos se basaba en las garantías que éste ofrecía respecto a la permanencia de sus antiguas instituciones y fueros, restringidos tras las Cortes celebradas en Tarazona en 1592 por el rey Felipe II. Y ello como consecuencia de las alteraciones acaecidas el año anterior en Aragón tras la huida de la Corte imperial del aragonés Antonio Pérez, secretario del monarca, que llegó a Zaragoza en busca de la protección de las leyes del reino. Unos acontecimientos que motivaron el envío del ejército del rey hasta la capital aragonesa, al mando de Alonso Vargas, y que culminaron con la decapitación, el 20 de diciembre de 1591, del Justicia mayor de Aragón, Juan de Lanuza. Y frente a la garantía de las tradicionales instituciones y fueros, que ofrecía el archiduque Carlos, se presentaba la modernidad centralista que como el modelo francés pretendía instaurar Felipe V, relegando los antiguos reinos a grandes provincias,.

Durante el segundo año de la guerra de Secesión, en 1704, la escuadra anglo-holandesa atacaba la ciudad de Cádiz. Fue el momento en que los ingleses aprovecharon para la toma de Gibraltar --hasta hoy--, izando en su muralla el estandarte del archiduque Carlos de Austria. Poco más de un año después, el 28 de agosto de 1705, con la ayuda del almirante inglés Peterborough, el Austria atacaba por sorpresa Barcelona, ciudad que le era fiel y eligió como capital. Un motivo que unió más aún a los barceloneses con el archiduque Carlos fue que una vez conquistada la ciudad, sus soldados, lejos de proceder al saqueo indiscriminado de la urbe --como era lo habitual en estos casos--, respetaron bienes y personas porque Peterborough, de su propio peculio, pagó a la tropa su soldada.

Pero a los pocos meses de tomada Barcelona por el ejército austracistas, Felipe V intentaba a su vez la reconquista de la ciudad, en una acción que comenzó en el mes de febrero de 1706. Sin embargo tuvo que abandonar el asedio el 11 de mayo de aquel mismo año, ante la aparición de la flota inglesa.

Ya en 1711, y debido a la muerte de su hermano José, el archiduque Carlos abandonaba España para ser proclamado en Francfort, emperador de Alemania. Posteriormente, en 1713 y 1714, respectivamente, fueron firmados los preliminares y Tratado de paz de Rastadt (Alemania) en virtud de los cuales el archiduque Carlos de Austria renunciaba definitivamente a la Corona de España. De este modo, con los partidarios españoles del Austria abandonados a su suerte, la guerra de Sucesión llegaba a su final en 1713, a través del Tratado de Utrecht, que Francia firmaba, en nombre de España con los países de la Gran Alianza (Inglaterra, Holanda y Austria). Por este tratado, Felipe V quedaba como legítimo rey de España y de las Indias, pero a cambio España cedía a Austria los Países Bajos, Milán y Nápoles; y a Inglaterra, Menorca y Gibraltar.

Sin embargo, a pesar del acuerdo de paz, la guerra continuaría aún y con gran resistencia, en la ciudad de Barcelona, en esta ocasión bajo el mando de Rafael de Casanovas, conseller en cap del Consejo de Ciento de Barcelona (institución creada en 1265 por el rey de Aragón Jaime I, para el gobierno de la ciudad). Así, en la mañana del 11 de septiembre de 1714, Casanovas tomó el pendón de Barcelona, y con él salió junto a los últimos defensores de la urbe fuera de la muralla, haciendo frente a las tropas de Felipe V, que acabaron derrotándolos y reconquistando la ciudad.

Pero ni siquiera fue este el fin de la Guerra de Sucesión en España, la cual se prolongaría aún hasta 1715, año en que fueron vencidos los últimos reductos carlistas en la isla de Cerdeña.

Y volviendo a la batalla del 11 de septiembre de 1714 en Barcelona, el líder de los barceloneses, Rafael de Casanovas, resulto herido en ella, aunque logró huir y salvar su vida. En 1719 regresó a la ciudad, y seis años después, en 1725, Felipe V le devolvió los bienes que le habían sido confiscados, consiguiendo asimismo el reconocimiento de la corona española, hasta su muerte, acaecida en 1743. Desde aquel 11 de septiembre, todos los años, se celebra en Cataluña la fiesta de La Diada.

Historiador y periodista