Los errores de cálculo de Kim Il-sung, el primero de la única dinastía comunista y presidente eterno de Corea del Norte, dejaron la península coreana exhausta después de tres años de una guerra (1950-1953) que solo sirvió para confirmar la división del territorio por el paralelo 38. Su hijo Kim Jong-il inició la deriva armamentista nuclear que ha convertido el país en el mayor paria del mundo, y el nieto, Kim Jong-un, está haciendo guiños muy peligrosos a Donald Trump y, si sigue jugando con fuego, tiene altísimas probabilidades de quemarse: cada día son más numerosas las voces estadounidenses que piden un «ataque quirúrgico» contra el insolente dictador.

En su discurso de año nuevo, Kim III aseguró que su país estaba en la «fase final» de la construcción de misiles balísticos intercontinentales capaces de alcanzar Estados Unidos (ICBM). La respuesta de Trump fue inmediata: «No ocurrirá». No dio explicaciones sobre el significado de sus palabras, pero en Washington comienzan a escucharse tambores de guerra. Todo apunta a que el nuevo inquilino de la Casa Blanca no tendrá la contención del saliente.

La ONU impuso en noviembre nuevas sanciones al régimen norcoreano dos meses después de su quinta prueba nuclear. El ensayo fue el más potente de los realizados y ocurrió tras varios lanzamientos exitosos de misiles de distinto alcance, disparados incluso desde lanzaderas móviles y submarinos. La resolución condena esas actividades como una «clara amenaza a la paz y la seguridad internacionales», critica que se desvíen fondos mientras el pueblo sufre «graves penurias» y considera que suponen un «flagrante menosprecio» del Consejo de Seguridad. Pese a la dureza de las sanciones, nadie espera que dobleguen a Kim, que ha convertido la disuasión nuclear en el eje de su política.

Decenas de miles de norcoreanos salieron el 5 de enero a las gélidas calles de Piongyang en apoyo al compromiso de Kim Jong-un de «lanzar un ICBM en cualquier momento y desde cualquier lugar». Washington, mientras, acelera el despliegue en Corea del Sur del avanzado sistema de defensa antimisiles conocido por las siglas inglesas THAAD (Terminal High Altitude Area Defense), al que se oponen China y Rusia porque supuestamente es capaz de captar la actividad de sus ejércitos y perjudicar su capacidad defensiva.

Conforme se estrecha el cerco sobre Corea del Norte, se multiplican las propuestas desde los sectores de opinión geopolítica estadounidenses. Doug Bandow, del Instituto Cato y que fue consejero del presidente Reagan, señala que «EEUU debe salir del embrollo coreano», retirar a los 28.500 soldados estacionados en Corea del Sur y dejar que ese país y Japón se doten de armas atómicas y se responsabilicen de la disuasión. Considera que, entre otras ventajas, esto supondría que «EEUU dejaría de ser el enemigo número uno» de Piongyang, que vería de esa forma reducida su percepción del riesgo y limitaría la tensión a una entre países.

Sin embargo, el director emérito del Laboratorio Nacional Los Álamos Siegfied Hecker afirma en The New York Times que eso sería una catástrofe al propagar las armas atómicas. Hecker sostiene que Trump debe mandar un enviado presidencial a Corea del Norte para hablar con el régimen. Tras acusar a la Administración Bush de «abofetear con sanciones financieras» a Piongyang mientras le exigía su desnuclearización, lo que provocó que abandonase las negociaciones a seis bandas y que en el 2006 hiciese su primer ensayo atómico, Hecker considera que Kim posee ya «de 20 a 25» bombas y es capaz de fabricar una «cada seis o siete semanas».

Por su parte, la Heritage Foundation carga contra China, que si bien ha apoyado las dos últimas resoluciones de la ONU contra su díscolo vecino sigue siendo su principal apoyo. Reconoce que Pekín teme que la desestabilización norcoreana suponga una avalancha de millones de refugiados, pero insiste en que deben tomarse «medidas de fuerza» para que ponga fin a sus peligrosas amenazas. Así, advierte que Trump podría encontrarse ante la crítica situación de ordenar un ataque nuclear masivo en respuesta a los ICBM disparados por Piongyang hacia EEUU. Los que ven que se acerca un conflicto armado coinciden en la necesidad de limitarlo a un ataque convencional contra los centros de fabricación de misiles y armas nucleares diseminados por el territorio norcoreano.

El peligro de esa hipotética acción sería que no consiguiese todos sus objetivos y el régimen fuese capaz de responder, incluso con armas nucleares. H *Periodista