Desde que se han cumplido los 25 años del Gomarcazo, ya saben, esa maniobra política que expulsó a Emilio Eiroa de la presidencia de la DGA en beneficio del socialista Pepe Marco gracias al voto del diputado tránsfuga Emilio Gomáriz, se han multiplicado los protagonistas de la época que de repente han recuperado la memoria, aunque casi siempre off de record. No es por caer en lo escatológico, pero no hay nada como remover algo para que huela. Y más si lleva pudriéndose un cuarto de siglo.

La cuestión es que hay varios políticos aragoneses que estos días han confesado que pretenden escribir sus memorias y en ellas incluir su visión sobre el bochornoso caso que nos ocupa. Alguno ya se ha lanzado y ha puesto negro sobre blanco un relato, tratando de encajar las piezas, pero sus manuscritos no han salido del cajón. Hay quien ha pensado en una serie de televisión, y no falta un editor que va buscando quien recupere los hechos, los ordene y los enmarque en un escenario novelado, quizá más cerca de la ficción. Será porque la verdad asusta demasiado.

Uno, desde la humildad y desde el cansancio que provoca moverse por terrenos tan asquerosos, innobles e incluso mafiosos, se atreve a proponer para todos los casos detalles sueltos que bien pudieran ser propios de un guion.

Pongamos, por ejemplo, que tres políticos con complejo de guardaespaldas ocasionales durmieron con Gomáriz las dos noches anteriores a la consecución de la moción de censura. Bien se podrían llamar (o no) Antonio, Ramón y Paco. Uno de ellos, incluso podría ser quien le entregara al tránsfuga los primeros 10 millones de pesetas de los 100 que se le prometieron como soborno. Incluyamos en la trama una caja o banco que pusiera bajo mano los otros 90 millones y ricemos el rizo aportando lo siguiente: el Gobierno de Aragón concedió meses más tarde una subvención a determinada empresa (cómplice) para que ese dinero se desviara por el arte de birlibirloque hasta la caja fuerte de la entidad de la que había salido el grueso de la mordida. Es decir, la untada para el voto decisivo terminó a cargo de las ¡arcas públicas!. ¿A que es genial? Eso sí, el protagonista principal de la trama solo vio 60 millones de pesetas. Reclamó el resto con ahínco, pero 40 se habían perdido por el camino.

Que cada uno elija el epílogo de la historia a su juicio. Lo mismo valdría «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia» que «basada en hechos reales». O no. H *Periodista