De Federico Trillo Figueroa, que a esta hora sigue sin pedir perdón por el accidente del Yak42, se pueden decir muchas cosas. Desde ser hijo de un franquista compulsivo que fue gobernador civil de Zaragoza, a protagonizar el soliloquio más breve de la historia («manda huevos») sentado en la presidencia del Congreso, pasando por ocupar la cartera del Ministerio de Defensa español al estallar la guerra de Perejil (2002) y la infame invasión aliada de Irak (2003), donde cumplió fielmente con el papel de palanganero de José María Aznar que le correspondía. Por no hurgar demasiado, al margen queda (y en Youtube también) el lapsus del «¡viva Honduras!» cuando visitaba El Salvador. Mucho viaje. Mucho lío. Pobre.

Obviamente, él no fue quien levantó el teléfono y contrató en persona aquel vuelo dead cost que estampó 62 vidas contra el monte Pilav, en Turquía, el 26 de mayo del 2003. Pero desde el minuto uno siempre ha quedado claro que la responsabilidad de aquella chapuza, la mayor catástrofe (masacre) del Ejército español en tiempos de paz, debía caer sobre sus hombros. Erre que erre y no sin dosis de cinismo en su comporta miento y en sus manifestaciones, jamás se tragó el sapo y no parece que lo vaya a hacer nunca. Para colmo, hace unos días dejó la embajada en Londres por la gatera resentido porque los suyos, Cospedal, Rajoy y compañía, han accedido por fin a girar sobre sus talones y desandar el camino de la vergüenza que el PP ha transitado durante 14 años consecutivos. Aunque solo sean unos metros.

Una de las facetas menos conocidas de este exministro supernumerario del Opus es la de escritor, o al menos, la de haber firmado un libro titulado El poder político en los dramas de Shakespeare, un tocho de proporciones astro-húngaras con indudable efecto somnífero. Uno no sabe si aturde más leer cinco páginas seguidas o que te den con él en la cabeza. Se trata de un ensayo no exento de polémica que le sirvió para obtener el doctorado en Derecho por la Complutense, pero que más de un experto ha visto con tintes de plagio («párrafos enteros», según el dramaturgo Ignacio Amestoy). De una manera u otra, y obviando los rumores que apuntan a que de inglés va más bien justito, es muy significativo leer en su trabajo una maldición proferida por la reina Margarita en la tragedia Ricardo III y que aquí encaja perfecta: «Que el gusano de tu conciencia devore tu alma».