La mejor virtud de José Luis Rodríguez Zapatero podría ser la facilidad. Hace fácil lo difícil. Hace sencilla la política.

El arte de gobernar, en el fondo, no es tan complejo. Bastaría, para ejercerlo, disponer de sólidos principios, de ideas claras, de programas serios, de un buen equipo detrás y de una legislatura al menos por delante. El buen gobernante debe ser sincero, magnánimo, servicial. A fin de poder aplicar prioridades, necesita entender profundamente los intereses generales de su país. Pero en el momento en que su óptica personal, o de partido, interfiere en el círculo sagrado del interés nacional, el buen gobernante se transforma en una rémora, en un problema; a veces, incluso, en el boceto de un dictador.

Zapatero, además de esa fluida facilidad con que interpreta el juego político, y su específica comunicación hacia la opinión pública, reúne algunos de esos dones idílicos con los que todo presidente democrático debería soñar. No está maliciado, aún, por lo que respira y hace respirar un aire limpio y fresco, muy distinto a la enrarecida atmósfera en la que los Aznar, o el último Felipe González se movían por las tinieblas de Moncloa.

Y, por ahora, Zapatero cumple.

Véase, si no, su respuesta al Plan Hidrológico Nacional y al perverso trasvase del Ebro: No, antes; No, ahora.

El nuevo presidente puso ayer la guinda a la larga lucha antitrasvasista protagonizada por Aragón y Cataluña. Aragoneses y catalanes podemos sentirnos orgullosos de haber ganado, contra todo pronóstico, esta larga y vital batalla, en la que tanto nos jugábamos. Ni Franco, ni Suárez, ni Borrell, ni Aznar. Ningún político, ningún partido, por visionario o autoritario que fuese, ha logrado doblegar la justa resistencia de Aragón, íntimamente unida a su no menos justa demanda de caudales hidráulicos, nuevos regadíos, nuevas industrias.

El Parlamento español anulará el PHN y, a partir de entonces, sólo unos cuantos nostálgicos, tipo Mariano Rajoy o Gustavo Alcalde, seguirán erre que erre con su murga trasvasista; pero esta vez tendrán que hacerlo al margen de la ley, fuera de la ley. Y ya veremos, entonces, quiénes son los antipatriotas, y cómo se les recibe en la Europa del desarrollo sostenible y de la nueva cultura del agua.

A Zapatero, además de cancelar definitivamente el trasvase, hay que agradecerle su espíritu reformista en cuanto al modelo de Estado. En parte, no le quedaba más remedio que adoptar al respecto una actitud revisionista, pues nadie, salvo la Constitución, puede parar las reformas de Chaves en Andalucía o de Maragall en Cataluña. Y la Carta Magna se va a reformar.

España, guste o no, se dirige hacia una realidad plurinacional, con autonomías devenidas en pequeñas naciones, cuyos gobiernos y parlamentos deberán ser capaces de administrar los recursos propios y transferidos con creciente eficacia. En ese sentido, Aragón, algo retrasado, como de costumbre, con respecto a las autonomías del 151, debe reforzar su maquinaria política y administrativa, al tiempo de establecer nuevos vínculos en la asimétrica España federal que se avecina, y en la más asimétrica realidad europea.

*Escritor y periodista