Llevo varios días en un pueblo crecido de la costa inglesa, de ritmo pausado, chimeneas y good morning por las esquinas. Un lugar muy habitable que inspiró al novelista Ian McEwan, un alfiler en el mapa donde el pan, la oficina de correos y la farmacia están a tiro de piedra. Desde la ventana se ve el patio trasero, donde la vecina ha plantado en un balde perejil, salvia, romero y tomillo, como en la canción de Simon & Garfunkel. Una vida tranquila. Se oye a las gaviotas posadas sobre los tejados de pizarra picuda. Días sin lluvia, casi un milagro. El libro que alguien dejó a medio leer sobre la cajonera del comedor, espesa la atmósfera de extrañeza, tal vez por el título olvidado: Viaje sin mapas, de Graham Greene. O sea, que la sensación de lejanía es grande. Aquí el lío de la infanta, por ejemplo, venía de refilón en la prensa. Como una anécdota de la corrupta España. Pero en todas partes cuecen habas. La reina Isabel II soltó aquí su parlamento el día de Navidad, a las tres de la tarde, cuando la audiencia ya había engullido el pavo y el obús del pudin. Una alocución, como la de Felipe VI, de andar pisando huevos, de sugerir más que decir, de no meterse en jardines pero con un pellizco de pimienta. Si el rey Felipe pasó de puntillas sobre la corrupción, el paro y el problema catalán, la soberana británica dio un cierto toque de atención a UKIP, un partido que ha hecho bandera del antieuropeísmo y la xenofobia. Su líder, Nigel Farrage, tiene tirón porque parece un tipo del pueblo, que fuma, toma cerveza en los pubs y dice lo que piensa. Algo parecido sucede con Podemos en el otro extremo del arco: son formaciones surgidas de la nada que han sabido tocar la fibra de la calle. En este año a punto de estrenarse, los dos países encaran elecciones generales y en ambos desempeñará un papel decisivo lo que en el Reino Unido se ha dado en llamar el rejectorate, algo así como el rechazorado., el voto del malestar, el del ahogo de las clases medias. Las que solo aspiran a llevar una vida decente. Aquí no se estilan las uvas pero sí los brindis, y en esta noche de campanadas se enlazarán los mismos buenos deseos. A cierta edad, se suele pedir salud en el momento del chinchín, un atributo que en política podría traducirse en limpieza y cirugía de las malas prácticas. Pero hay algo más, fundamental para encadenar los días, que es la ilusión, aunque sea tan minúscula como mimar la maceta del patio; en realidad, no envejeces del todo hasta que la pierdes. Pues eso, que no nos la arrebaten tampoco en lo colectivo. Feliz 2015. Periodista