Cada vez que nuestros gobernantes (los de Aragón) anuncian a bombo y platillo la llegada de algún gran inversor o la inminencia de uno de esos macroproyectos acojonantes... es para echarse a temblar. La Opel, claro, era la Opel. Pero los rubiatrones, las fábricas de avionetas y coches eléctricos, ciertas reindustrializaciones, las grandes escalas y ahora, según parece, el megamatadero de Binefar han resultado ser unos pufos estupendos.

Ya saben: al promotor de dicho matadero, el italiano, Piero Pini, le han encarcelado en Hungría (como ya lo fue en Polonia) por supuesta estafa contable y delito fiscal. Pero hace poco más de dos años fue presentado aquí como el último mister Marshall llegado a derramar sus mercedes por la Tierra Noble: cientos, miles de puestos de trabajo, decenas de millones de euros de inversión. Ahora está en el talego.

Como se comprueba, esos proyectos que tan alegremente compran nuestros jefes (y muchos súbditos) no van a concretar, en el mejor de los casos, sino una fracción de lo que prometen (y ahí incluyo la planta de Guissona-Bon Área en Épila). Pero logran que el Gobierno aragonés les conceda trato preferente, les haga accesos y acometidas y se lo ponga todo a huevo. De esta manera, el contribuyente acaba metiendo pasta en unas empresas en detrimento de otras, sin saber muy bien por qué o por qué no. Eso si todo va bien. Si pintan bastos, la cosa puede quedar en pura ruina, en puro saqueo o en pura y simple tomadura de pelo.

Aún cabe rizar el rizo, según se ve: un presunto mafioso se propone desembarcar aquí con una instalación que aprovecharía la especialización de Aragón en el engorde de cerdos, actividad que deja pocos beneficios pero sí una tremenda contaminación. Se le recibe a lo grande, se ocultan los inconvenientes de su conflictiva personalidad y se le promete el oro y el moro. Lo que trae, si es que trae algo, es un incentivo para incrementar una actividad pecuaria que los territorios más ricos procuran quitarse de encima. Una coña.

¿De verdad somos tan tontos?