Estos días, recorriendo las calles desiertas, me siento como Robert Neville, el protagonista de Soy leyenda (pero sin perro, nadie es perfecto). Y como no tengo un perro con quien hablar, pues hablo conmigo mismo, poniendo la voz en off a la película que nos envuelve. Bueno, confieso que esto lo hago desde siempre: me encanta hablar solo mientras camino y voy de un lado para otro, y siempre me ha dado igual si las personas me tomaban por un chalado o si se reían al verme llevar algún diálogo conmigo mismo. Me la trae al pairo si la gente me mira raro, en definitiva. Yo a lo mío. Llevo hablando conmigo mismo desde crío y no voy a cambiar a estas alturas de la vida. A ver, me dedico a escribir, a contar cuentos, así que ya solamente por eso se me ve como alguien tocado por la locura. Si me ven, por extensión, hablando solo, casi resulta como una confirmación de sus oscuras suposiciones. En cualquier caso, no puedo dejar de hablar solo, en serio. Me lo pide el cuerpo. Necesito contarme mis historias, llevar mis diálogos conmigo mismo. Me hacen mucho bien, creativa e intelectualmente; y además me entiendo a la perfección. Es lo que tiene el conocerse a fondo a uno mismo. Sin embargo hay veces, lo reconozco, en que siento un poco de vergüenza cuando alguna persona se me queda mirando extrañada, boquiabierta, anonadada, así que dejo de hablar de golpe conmigo mismo y me hago el normal, silbando inocentemente. Tal vez por ello, por esos arrebatos de pudor, me gusta ir por la calle en estos días. Al ir con mascarilla, no se ve que voy hablando solo. Y como la gente respeta por lo general la distancia de seguridad, pues tampoco me escuchan hablar solo. Es lo mejor del estado de alarma (algo bueno tenía que tener).

*Escritor y cuentacuentos