En las conferencias de 1983 y editadas en el libro El gobierno de sí y de los otros, Michel Foucault parte del concepto griego de parrhesía para desarrollar la idea de decir veraz. En una de sus primeras acepciones solo significaba libertad de expresión. Mas, para Foucault, la parrhesía consiste en hablar francamente, lo que supone criticar opiniones o decisiones del poder. No solo le interesa el contenido de lo dicho, es decir, el hecho de decir la verdad, sino que lo que caracteriza a la parrhesía, es el cómo se dicen las cosas. No basta con decir la verdad, sino que exige creer en ella. Como afirmación, no solo es verdadera, sino que además, siempre es veraz. Esto la diferencia de otras afirmaciones no veraces, como las de determinados partidos o ciudadanos, no somos racistas pero… Estas afirmaciones no tienen nada que ver con la parrhesía. Esta precisa además una determinada relación con el poder. Para Foucault, quien dice la verdad es el que toma la palabra, se enfrenta al poder, lo que supone un riesgo. Ahora bien, entre nosotros no existen los tiranos clásicos, pero la parrhesía hoy es necesaria. Exige valor para tomar la palabra, no solo en nombre propio, sino en el de los otros a los que se les niegan los derechos. Va dirigida contra determinadas disposiciones: contra los esquemas de odio que denigran a los emigrantes, musulmanes o negros, como si no fueran personas; contra las costumbres que marginan a las mujeres o las leyes que niegan derechos a gays, lesbianas, transexuales y bisexuales; contra determinadas miradas que vuelven invisibles a parados, pobres, precarios o excluidos.

En determinadas situaciones históricas ese decir veraz no solo va dirigido contra el Estado y su discurso excluyente, contra partidos racistas y xenófobos, sino también contra el entorno social, la familia, el círculo de amigos, la comunidad religiosa, el contexto político donde nos movemos, ya que en todos ellos aparecen actitudes plenas de odio hacia el otro.

Foucault añade nuevos aspectos a la parrhesía, al decir veraz: no solo se dirige a un interlocutor poderoso, sino también a la persona que la ejercita. Es como si uno hablase para sus adentros, y llegase a un pacto consigo mismo para decirse la verdad. Hablar francamente contra una gran injusticia supone un pacto del que dice la verdad consigo mismo: al expresar la verdad me siento vinculado por ella y con ella. Decir la verdad contra la injusticia, como acto de libertad, es un todo un regalo, ya que posibilita a quien lo practica establecer una relación consigo mismo que contradice la función enajenante del poder, su mecánica de exclusión y de estigmatización. Por ello, el acto de parrhesía nunca puede ser un acto concreto, una acción independiente, sino que el pacto que entraña tiene un efecto duradero en el sujeto que dice la verdad y lo compromete.

Quienes probablemente sean más conscientes de ello sean los numerosos voluntarios que se comprometieron a defender a los emigrantes durante la crisis humanitaria. Puede resultar sorprendente considerar estos actos de compromiso humanitario como una forma de parrhesía contra el poder, que consiste en la disposición de ayudar de muchos ciudadanos, de muchas familias que han acogido en su casa a los refugiados, de los policías y bomberos que han usado sus vacaciones, de profesores o educadores que les han impartido clases… Todos ellos se han comportado por encima de las expectativas sociales y las normas burocráticas. No se han limitado a delegar la atención a los refugiados en los organismos nacionales, autonómicos o locales, sino que, por el contrario, han llenado el vacío político existente con el compromiso generoso y solidario. Este compromiso, según Caroline Emcke en su libro Contra el odio, es una forma de parrhesía, ya que se pone en práctica bajo una fuerte presión de la calle, no exenta de hostilidad considerable. Por eso, los centros de acogida están protegidos y los voluntarios son insultados. Se requiere valor y coraje para enfrentarse a ese odio generalizado y no dejarse amedrentar cuando se tiene claro qué supone la solidaridad. Cada atentado cometido por refugiados u otros de fuera movilizados por fanáticos, implica una presión adicional sobre este compromiso y lo expone a más dificultades. Se requiere gran valentía y seguridad en uno mismo para seguir atendiendo a aquellos que necesitan apoyo y que no pueden ser castigados por los actos de otros.

La parrhesía implica también pactar con la verdad que se dice. No solo creer que todas las personas tengan el mismo valor, sino llevar esa igualdad a la práctica: exigirla de verdad contra la presión, contra el odio, para que no solo forme parte de la imaginación, sino que sea una realidad concreta.

En La condición humana, Hannah Arendt señala «el poder es siempre un poder potencial y no algo medible como la fuerza». Esta podría ser una muy buena definición de un «nosotros» en una sociedad democrática: este «nosotros» es siempre un potencial y no algo inmutable y medible. Nadie define el «nosotros» en solitario. Este surge cuando las personas actúan juntas y desaparece cuando se dividen. Levantarse contra el odio y encontrase en un «nosotros» para hablar y actuar juntos es una forma valiente, atractiva y hermosa de poder. No deberíamos tener miedo al capital, las élites y el poder, porque nosotros somos nuestros.H *Profesor de instituto