Hace medio siglo una serie de espabilados descubrieron que era más rentable comprar y vender solares en las grandes ciudades que promover la creación de empleo creando empresas que generaran trabajo y riqueza. Diez millones de los de entonces se podían duplicar en apenas un año simplemente comprado un solar y vendiéndolo una vez convenientemente recalificado. Algunos concejales de aquellos opacos ayuntamientos franquistas hicieron su agosto cobrando comisiones por dichas calificaciones. Cincuenta años después los solares y las recalificaciones siguen siendo una fuente abundantísima de enriquecimiento para especuladores. Poco importa que los nuevos barrios se construyan debajo de ruidosos pasillos aéreos que no se pueden suprimir, o que se lleven por delante centenares de hectáreas de la mejor huerta, o que las nuevas casas no sean sino infames colmenas, como hace medio siglo, aunque aderezadas con una pequeña zona verde y barandillas de diseño. Los especuladores siguen a lo suyo y así aumentan los precios de las viviendas hasta extremos insoportables. El Ayuntamiento de Zaragoza, tan de izquierdas él, ha optado por un urbanismo especulativo. Y para colmo de desdichas le va a entregar a una sociedad anónima, deportiva, eso sí, un campo nuevecito para que sus accionistas sigan engañándonos a todos con esas milongas del zaragocismo, el amor a los colores y otras memeces similares. Claro que para pagarlo hay que reducir espacio público para construir sobre él hoteles y comercios. Y a vivir, que son dos días.

*Profesor de Universidad y escritor