Que vengan las vacaciones, que esto ya es demasiado. Cuando la Comisión Parlamentaria que investiga el 11-M acabe sus trabajos, cuando el ex-presidente Aznar ponga punto final a sus humoradas retroactivas, cuando el fantasma de Montesquieu nos aclare cómo puede ser que la cúpula de la Judicatura esté copada por la derecha mientras la ciudadanía acaba de votar mayoritariamente a la izquierda, cuando, en fin, tiremos la toalla y aceptemos que no existe forma humana de conocer la verdad de las cuentas del Estado, lo mejor que podremos hacer es irnos a una playa abarrotada o a cualquier montaña pasada por la piedra urbanizadora y fingir que la política no nos interesa... Al menos durante el mes de agosto.

Vayamos por partes. De la Comisión (la que investiga el 11-M) yo no esperaba grandes cosas. En lo que se refiere a la actitud del Gobierno Aznar tras el atentado, todos lo vimos por televisión, lo escuchamos por las radios y lo leímos en los diarios. En tiempo real. Qué más se puede decir. En cuanto a la masacre en sí, es también evidente que se produjo en medio de clamorosos fallos de los sistemas de seguridad (como el 11-S americano). Pero lo que nadie, ni siquiera los más escépticos, podía imaginar es que ante la susodicha Comisión se dirían tantas barbaridades y se confesarían tantas miserias.

Hemos visto al ex-director de los servicios de inteligencia admitir que él y sus agentes siguieron los acontecimientos por la tele. Nadie le llamó al Gabinete de Crisis. En realidad no se sabe si hubo Gabinete de Crisis propiamente dicho. Muchos exresponsables de la seguridad (¿seguridad?) del Estado fueron informados de que el explosivo era Titadyne (aunque no lo era). Nadie sabe de dónde salió tal información. Tampoco hay forma humana de conocer cuándo y cómo se inspeccionó de verdad la famosa furgoneta de los detonadores y las suras coránicas. Fungairiño, fiscal jefe de la Audiencia Nacional, se descojona de la Comisión y se pone en lo que al parecer es una actitud cínica . Y no pasa nada. Tanto este señor como el ex-director general de Policía, Agustín Diaz de Mera todavía no tienen claro que no estuviese ETA involucrada de una u otra forma en la matanza. Se habla mucho de si hubo o no terroristas suicidas, como si tal cosa importase a estas alturas. ¿Fue o no fue ETA? El PP aún intenta mantener el interrogante vivo mientras afirma que es preciso buscar la X de no se sabe qué conspiración. Se emborronan las pistas, se inventan patrañas, se toma el pelo a la ciudadanía. Los mentirosos gritan ¡mentira! No hay mejor defensa que un buen ataque. Tal vez las gentes de orden acaben por creer que en marzo era presidente de España José Luis Rodríguez Zapatero y ministro del Interior José Barrionuevo... Es todo increíble. ¿Qué conclusiones podrán extraerse de semejante astrakanada?

Por fortuna la ciudadanía está ya hecha a casi todo. Nuestras almas políticas tienen callo. Por eso José María Aznar puede permitirse el lujo de presumir de los papeles del CNI que obran en su poder (a lo mejor son los que escriben nuestros entrañables espías sobre lo que ven por la televisión) o afrontar tan fresco el hecho de que el Ministerios de Asuntos Exteriores pagase la cuota correspondiente para que el gran Josemari fuese condecorado por el Congreso de los Estados Unidos (¿pero no era tal medalla una recompensa gratuita por su colaboración en las Azores?).

El expresidente del Gobierno, bien mirado, se encuentra en una situación delicada. Al dar por hecho que los suyos ganarían las elecciones, se organizó una retirada total. Y ahora carece de todo blindaje legal. Es un ciudadano como cualquier otro (privatus , se diría en la Roma republicana), Lo cual quiere decir que, como le salgan más culebras del fondo de los armarios, igual se encuentra donde él quiso poner a Felipe González: ante los tribunales. Claro que, si esos tribunales son de la cuerda, tal vez no llegue la sangre al río. Porque uno de los inventos más geniales de este siglo es que los jueces (como los fiscales o los responsables policiales) ya no disimulan la ideología ni la adscripción partidista (siempre que sean muy de derechas, naturalmente).

Estamos viviendo una época extravagante (por denominarla de alguna forma). Hubo una época en la que hacer negocios en el entorno de los grandes proyectos públicos, manipular la Seguridad del Estado o pasar los gastos de un puticlub a la cuenta de una institución eran motivo de escándalo. Por cosas así pusimos al felipismo bajo fundada sospecha y lo arrojamos al pie de los caballos. Pero a partir del 2000 se nos debieron reblandecer las meninges.

En fin, vámonos de veraneo. Y que sea lo que los dioses quieran.