En el 2010, el Museo del Prado protagonizó un acontecimiento histórico: incorporó a su colección un brueghel hasta entonces desconocido. El cuadro fue comprado en 1702 por un duque español coleccionista extraordinario y embajador en Italia. Generación tras generación, permaneció colgado en las paredes familiares sin concedérsele mayor importancia, algo que según un experto "solo puede darse ya en España". Al margen de lo que este afortunado hallazgo indique sobre nuestra aristocracia y el inmovilismo social, me acuerdo de este brueghel cuando se habla de Halloween. Retrata el maestro la fiesta de San Martín o del primer vino. La presencia del pobre santo cortando su capa en dos es anecdótica, pues la pintura no es religiosa, hace crítica social.

Muchos se quejan de que nuestra fiesta de difuntos, con sus buñuelos, sus panellets, sus castañas, sus crisantemos y sus cementerios, haya sido suplantada tan artificial y forzadamente y en tiempo récord por un evento carnavalesco importado llamado Halloween. Del mismo modo, Brueghel, seguidor de las ideas de la Reforma, en 1565 criticaba la falta de reflexión y el abandono a los excesos en otra versión del mismo rito.

No sé cuánto nos acordamos de los muertos ahora, ni si es importante hacer ese ejercicio de introspección, como pedía Brueghel. Sí parece que tener una ocasión para el desparrame solo tiene sentido en una sociedad que se contiene, al igual que una ocasión para ocultarse tras las máscaras tiene valor en una sociedad que no se traviste. Pero hoy quien más quien menos luce un disfraz y se descontrola si se lo pide el cuerpo, sea Halloween o no. Ahí están las televisiones privadas entregadas al esperpento y los medios serios informando de que algunos líderes políticos no son lo que parece sino que, corruptos y devoradores, dan mucho miedo. La dosis de temor ya no está en la noche de difuntos, porque lo sagrado se desplazó: el más allá nos da risa. Los viejos rituales ya no cumplen función alguna, no nos hablan de la muerte, la memoria, la conciencia de los límites de nuestra existencia y nuestros actos, pero tampoco han sido sustituidos por otros. ¿O sí? Parte del atractivo del movimiento independentista es la generación de fiestas colectivas y ceremonias con nuevo sentido. La fábula secesionista se apoya en una sólida y estudiada escenificación que juega con los sentimientos y esperanzas de los participantes. Nos gusta estar unidos frente a la incertidumbre y tenemos pocas oportunidades, pero si queremos recuperar el significado y el sentido con nuevas políticas no nos dejemos confundir por la mera escenografía, porque nos conducirá a rituales tan banales y vacíos, tan artificiales y falsos como este Halloween de poca monta del que nos quejamos.

Cineasta