Fuentes habitualmente bien informadas y dignas de todo crédito me contaban el otro día que en una conocida cadena de comida tan rápida como poco saludable, las hamburguesas se preparan dentro de una máquina herméticamente cerrada, en la que nadie puede entrar ni manipular mientras dura su elaboración. Introducidos el tipo y la clave correspondientes, sólo hay que esperar a que el cliente abra la boca y engulla la hamburguesa. Es decir, como en la vida misma.

En una sociedad como la nuestra, tan confortable, pero también tan tecnificada y automatizada, nos hemos habituado a una serie de máquinas, de las que nada o muy poco sabemos realmente, pero que proporcionan el producto final perfectamente acabado, envasado y preparado para su consumo. Así, por ejemplo, muy pocos deben de conocer la asombrosa capacidad que tienen las patatas o los productos avícolas para hacer subir el IPC del mes, pero la cosa es que llegan unos señores con unos sesudos estudios en la cartera, los entregan a los medios de comunicación, y entonces nos enteramos de la subida del IPC interanual y de la causa oficial de que no vayamos a llegar a fin de mes.

Los buenos ciudadanos, es decir, los buenos clientes y consumidores del producto final de esas máquinas, no tienen ya más que abrir la boca, masticar, deglutir y, por el momento, sólo digerir.

Otras veces le dicen al buen ciudadano que vaya a la máquina de votar, y vota. Las modalidades de hamburguesas varían, como la fruta y las hortalizas, según la época: generales, europeas, municipales, autonómicas... La máquina, herméticamente cerrada, sin posibilidad de variar o modificar algo el producto, nos surte puntualmente de los resultados finales y nos da a conocer cuáles son las hamburguesas que finalmente nos vamos a encontrar en la bandeja. El buen ciudadano llega, ve, pide, paga, se dirige a su mesa y come.

EL BUEN ciudadano conoce a la perfección las marcas, los tamaños, los precios, los aditamentos de las hamburguesas de mayor éxito. Sabe muy bien a qué máquina dirigirse y cuál es la oferta del mes. ¿Tiene que irse de vacaciones? La máquina le proporciona la posibilidad de escoger entre playa o montaña, elegir entre el elenco de hoteles de tres estrellas, desayuno incluido, que vienen en el folleto, y, tras largas caravanas en las mismas carreteras, consumir bajo una sombrilla la hamburguesa deseada. ¿Desea estar al día? Las máquinas dejan sus ofertas en el buzón de los domicilios, de tal forma que no hay más que mirar, pedir y comprar el último modelo de ordenador portátil, de aparato de aire acondicionado, de teléfono móvil multimedia o de lo que sea. Por si fuera poco, algunas máquinas, como son tan buenas, te dicen que no tienes que pagar hasta septiembre.

Algunos buenos ciudadanos, quizá más serios y sesudos, se acercan a la máquina y piden una buena ley de educación o una ley eficaz para prevenir la violencia doméstica o criterio más justos e igualitarios en la Declaración del IRPF. Mis amigos Fernando y Angel, mientras arreglaban mi PC por enésima vez, me recordaban al respecto el Principio de la Salchicha perteneciente a la Ley de Murphy de Arthur Bloch: "Hay personas a quienes les gustan las salchichas y respetan las leyes, y ello es debido a que no han visto cómo se elabora ninguna de las dos cosas".

LAS MAQUINAS de hamburguesas, siempre tan solícitas, te dan lo que pides, con tal de que pidas aquello que está previsto e incluido en su programación y que no pretendas meter las manos y las narices dentro de la máquina. En otras palabras, si el buen ciudadano no está contento, seguramente será por querer productos raros, y no hamburguesas, y por no atenerse a las reglas de las cadenas de comida fácil y rápida políticamente correctas. El buen ciudadano cree que su malestar se cura con ansiolíticos, cuando en realidad se debe a los niveles de colesterol existentes en su yo más profundo.

Así que quizá resulte recomendable y placentero ir al mercado, comprar lo que me plazca, invitar a los amigos y meternos entre pecho y espalda un cocido casero, un besugo al horno y un melón bien frío.

Eso sí, cocinar todo eso juntos, mientras hablamos y bebemos vermut garrafa, metemos el cucharón de madera en los pucheros y nos lo pasamos después unos a otros para probar si la comida está ya en su punto.

*Profesor de Filosofía