Varias personas me han dicho en las últimas semanas que ya no siguen las noticias. No quieren saber nada de la actualidad política. Lo han hecho por voluntad propia y puro hartazgo, por saturación. Viven más felices en ese limbo sin sobreinformación, sin opinadores, sin manipulación informativa y sin noticias falsas. La desinformación es mucho mejor que estar informado a cualquier precio, me dijo uno. Se concentran en lo que de verdad les interesa: el arte, la literatura, el cine, los viajes, la familia... y todos ellos parecen más felices que antes.

Confieso que yo también, en momentos concretos de los últimos meses, he optado por la desconexión. Me ha sentado tan bien que ahora me pregunto por qué no prolongué el limbo por más tiempo. O, mejor, por qué no lo adopté como una nueva forma de vida. La respuesta son más preguntas: ¿Me consideraría una buena ciudadana si viviera ajena a cuanto ocurre en el mundo? ¿Cometería un acto de irresponsabilidad cívica? ¿Echaría de menos el bombardeo habitual de opiniones y noticias? Y, lo más importante, ¿se puede vivir al margen?

Se puede. Lo demuestra Erik Hagerman, un norteamericano de 53 años, soltero, exdirectivo de Nike, pintor a ratos, quien el 8 de noviembre del 2016 decidió desconectar del mundo. Fue después de que el triunfo de Trump le sentara fatal. Llamó a su experimento El bloqueo y calculó que duraría solo unos días. Pero se sintió tan a gusto en su nueva inopia que decidió continuar. Hasta hoy. Hagerman tomó medidas drásticas: no ver ni oír más noticias (en la tele solo ve el tiempo y algún partido de baloncesto sin sonido); usar auriculares en los sitios públicos, como el supermercado, para evitar escuchar conversaciones no deseadas; pedir a sus amigos y familiares que eviten hablarle de asuntos de actualidad; desaparecer de las redes sociales.

Él lo considera un privilegio que muchos no pueden permitirse. Está redescubriendo cosas que había olvidado, como el aburrimiento. Le gusta. Para eso ahorró durante todos los años en que trabajó duro 14 horas al día. Ahora tiene un asesor financiero y una granja de cerdos junto a un lago, cerca de donde nació, en Ohio. Es extravagante, sí, pero si todos hiciéramos como él, la implacable dictadura política y económica de lo mediático se desplomaría. El mundo sería otro. Y mejor, me parece.

Mientras me pregunto si puedo permitirme desconectar del día a día, he decidido seguir el ejemplo de Hagerman en ciertos aspectos: no hablaré de política con la gente que quiero, ignoraré a los opinadores, no leeré más de una versión de la misma noticia, reduciré mi presencia en las redes y dejaré de mirar el móvil justo antes de dormir y de inmediato después de despertarme. Que el mundo me espere un poco, que siga sin mí. Espero poder permitírmelo.

*Escritora