Coincido algún fin de semana con José Luis Trasobares --compañero de columna y amigo-- a la hora de hacer la compra. Vivimos en el mismo barrio y aprovechamos esos breves encuentros, para charlar, bolsa en ristre, sobre el panorama político-social en el que vivimos inmersos. Por cierto, José Luis compra con el mismo rigor con que escribe. Doy fe. Pues bien, compañero, ¡hay que ver como se ha puesto el patio desde que compramos juntos el último manojo de zanahorias! Desvestida de mi condición de periodista --lo del trabajo es otro cantar-- confieso que estoy hasta las pestañas. Faltan algo menos de dos meses para las elecciones y, entre unos y otros, están consiguiendo marear al personal hasta cotas insufribles. Unos, los que gobiernan, empeñados en convencernos de que ellos son los "buenos", los que nos pueden salvar del lobo "rojo" que amenaza agazapado. Los aspirantes, empleándose a fondo en la presentación de centenares de propuestas, algunas de las cuales, según mi modesto entender, parecen más propias del País de las Maravillas. En la radio, sin distinción, los tertulianos imparten dogma mientras, en el País Vasco, Ibarre- txe El Empecinado, sigue con la martingala de su Plan. Y todo esto en un ambiente de crispación política tan elevado que dan ganas de pedir la excedencia y dedicarse a cultivar trufas, que cotizan al alza. Se echa a faltar un poco de cordura, señores. A estas alturas sus estrategas de campaña deberían saber de la madurez democrática de los españoles para distinguir el trigo de la paja.

*Periodista