La agonía sanitaria de la crisis del covid-19 con la posterior derivada tan crítica como irremediable de una economía que languidece no nos deja ver lo que hay más allá. El virus esconde aún algo más importante que debe sustentar nuestro futuro para rearmar los valores de la democracia.

Es evidente que ha faltado una clarísima visión política más moderada o transversal para aglutinar un mensaje de unidad en uno de los países que más han sufrido. El ruido de la carrera de San Jerónimo ha sido casi más enfermizo que el virus. Y la sociedad aún se ha desvinculado más del quehacer político por el bien común.

Hay liderazgos que refuerzan la buena política sin estridencias ideológicas, como el tan aplaudido papel de Lambán y Azcón en la crisis con ponderación, previsión y visión a largo plazo. La rara avis política que debemos reconocer.

Por otro lado hemos comprobado que la nueva política ha despejado por sí misma la incógnita de su utilidad. Tan vieja como anodina entre el despiste de Arrimadas o el guión crispador de Iglesias. Ni Ciudadanos se comprende a si mismo ni Podemos sabe cómo contaminar más con la teoría del lawfare. El griterío de Vox para no sumar nada sino enfundar un espíritu patrio pueril más anclado en el mito del don Pelayo que en el valor de la nación moderna no sorprende.

Porque lo que hay más allá del virus es la base de la España del futuro. Más sanidad, más ciencia y más investigación tecnológica. Y aquí no hay ningún depende, ni aunque lo entone el añorado Pau Donés. Más democracia sin tintes populistas para reforzar el buen ejercicio de la gestión común.

La necesidad de ahondar en la separación de poderes tras el manoseo de Marlaska. La revisión del papel del Rey emérito durante su reinado por las presuntas comisiones en los contratos del Estado. El espíritu pactista de Aragón, un oasis de normalidad política que debe impregnar en la tan manida (y burdo oxímoron) de la nueva normalidad.

La defensa del salario mínimo vital como respuesta a la debilidad de la sociedad post-covid, algo razonable que debería no ser tildado de un acuerdo bolivariano. El ansiado desarrollo territorial para que Madrid no sea el centro del poder de la nación. El papel solidario de la Unión Europea en su ayuda financiera que peligraría por el nacionalismo. O entender que sin el valor de la empresa no se prospera como sociedad ni se sustenta el poder social del Estado.