Si la irrupción en el Congreso de más partidos protagonistas pareció que respondía a una nueva realidad de mayor pluralidad que alimentaría no solo el debate parlamentario sino la toma de decisiones, todo indica que fue un espejismo. Los nuevos y los viejos han cronificado el lenguaje mitinero de una interminable campaña electoral donde solo importa la caza o pesca de los votantes volátiles, antes llamados indecisos, y donde el estruendo del cortoplacismo se antepone a todo lo demás. Conclusión: sin noticias de una hoja de ruta de compromiso social, que no es precisamente lo mismo que un programa de máximos incumplible.

Ciudadanos y Podemos se autoexcluyen mutuamente; ambos echan espuma por la boca cuando entrecruzan la mirada. Y en el PSOE, su número dos en el Congreso, Miguel Ángel Heredia, en una charla no tan privada, confirma el lamentable nivel de argumentario de la formación y el bochornoso viaje hacia una escisión quizá inevitable. Lógicamente, muchos echan de menos una «cuarta alma» socialista, una que esté sin vender, al no sentirse representados por ninguno de los tres precandidatos.

Así que allá va el PP, sólido, prieto, compactado, dándose el gustazo de escorarse a placer y sin disimulo hacia su derecha tanto en lo económico como en lo social, lo cual es más que alarmante. Nada une como el poder. En el fondo, el rodillo sigue funcionando en un escenario paradójico: en tiempos de convergencias lo que aumentan son las divergencias. En Cataluña, por ejemplo, la cara más centralista de Podemos se ha borrado de la alternativa electoral en la que confluyen antiguos partidos revitalizados y plataformas de comunes con sensibilidades específicas pero complementarias. También en Ciudadanos hay desmarques de corrientes críticas como TranCsparencia, cuestionando sus propias primarias, o Plataforma Ahora, que no renuncia a reivindicar la socialdemocracia, como sí ha hecho la actual cúpula naranja.

En definitiva, (casi) nada se interpone en la expedita andadura de Rajoy y los suyos, tan envalentonados y engreídos por la falta de contrapesos fiables que son capaces hasta de vender como un gran triunfo moral y político el nauseabundo capítulo vivido estas últimas semanas en Murcia. Es cierto que los sondeos ofrecen de vez en cuando señales de vida de la población (se dispara la preocupación por la corrupción), pero muchas veces dan ganas de preguntar: ¿pero hay alguien ahí? H *Periodista