Yo también me pregunto qué será lo más importante, lo que más interesa a la gente en este agosto desértico. Porque vivimos un curiosa época en la que las personas adeptas a las opciones políticas más definidas se vuelven locos cuando tocas lo que no les gusta y desdeñas lo que a ellos les parece fundamental. Hubo una época, les aseguro, en que los diarios de derechas o de izquierdas (hablo siempre de entornos democráticos) opinaban diferente sobre la naturaleza de las cosas, pero informaban a tenor de los mismos hechos ciertos y comprobados. En España, es verdad, esto fue siempre relativo. Pero aún se dieron algunos momentos en los que se podía llamar a las cosas por su nombre, los arrebatos conspiranoicos eran despreciados por quienes nos dedicábamos a la cosa del periodismo y los jueces sentenciaban pero la sociedad disponía de instrumentos deliberativos capaces de poner en valor las dudas razonables, las certezas ineludibles y las evidencias incontestables.

Por supuesto, la posibilidad (rayana en la seguridad) de que un líder político dispuesto a presidir algún día el gobierno de España obtuviera sus títulos académicos (oficiales, ojo) mediante subterfugios, trucos y tratos de favor es muy importante. Mucho más cuando existen sólidos indicios y una actuación judicial previa que enfoca por ahí el asunto.No hay que olvidarse, claro está, de los dolorosos conflictos que ponen en cuestión la unidad de España ni el problema que plantea la llegada de personas que huyen del hambre, la guerra o la persecución ni siquiera el impacto del cambio climático.

Pero lo del ¿máster? de Casado (sobre el cual deberá pronunciarse el Supremo en septiembre) sigue teniendo mucho peso. Y más entre quienes conceden tanta importancia al estricto cumplimiento de la ley o a quienes consideran los pronunciamientos judiciales poco menos que palabra de Dios. Por otra parte, quien se adorna con documentos que certifican en falso conocimientos que no posee... mal podrá arreglar lo de Cataluña, la emigración o el maldito calentamiento.