Ni el PSOE con sus tímidos intentos de buscar un nuevo consenso reformador ni Podemos (e IU) con su pretensión de abrir un periodo constituyente controlan hoy la Segunda Transición, o la posTransición, o como quieran ustedes llamarla. A mi, de momento, me parece una recontraTransición. Y quienes la pilotan son las fuerzas conservadoras, que aspiran no solo a frenar cualquier intento progresista de atar los cabos sueltos del 78, sino a revisar muy a la baja las condiciones de nuestro sistema democrático.

Las izquierdas se han visto desbordadas una y otra vez. Primero porque carecen de un programa económico que fundamente sus aspiraciones sociales. O tragan con lo que hay o se arriesgan a repetir la triste experiencia de Grecia. En segundo lugar porque el conflicto catalán y la crisis del modelo territorial les ha enredado en una pelea entre nacionalistas (contrífugos y centrípetos), que no era cosa suya y en la que solo podían perder. Ni la socialdemocracia, que apenas se atreve a susurrar inconcretas consignas federalistas, ni los podemistas, incapaces de formular con precisión su visión integradora del derecho a decidir, han sacado nada positivo de un choque de trenes que les ha arrollado.

La Segunda Transición la pilota el PP con clarísimas intenciones involucionistas. Pero pronto subirá al puente de mando Ciudadanos, cuya visión política propone soluciones ultraliberales y recentralizadoras camufladas tras una pantalla de buenas intenciones, amables vaguedades, interrogantes e indefiniciones. Los de Rivera solo pueden ganar recogiendo voto de derechas, y a ello se están aplicando. Para conseguir alcanzar y superar al Partido Popular, tendrán que ajustar más y más su oferta ciñéndola al imaginario conservador, que en España suele ser tremendamente conservador.

La izquierda más izquierdista sueña con revoluciones imposibles y mira casi con envidia el loco pataleo de los soberanistas catalanes. Aquella y estos no han sacado ni sacarán nada en claro. Salvo provocar la respuesta (dura) de la derecha. Eso sí.