Hobbes erraba al aseverar aquello de que «el hombre es un lobo para el hombre», para señalar que el estado normal del ser humano es el de la lucha continua contra su prójimo. El animal que el hombre lleva dentro puede convertirle en un ente que lleve a cabo atrocidades como las que los enajenados abducidos por la bestia yihahidista cometieron en Londres. Pero soy más partidaria del pensamiento de Rosseau, aquel que decía que «el hombre es bueno por naturaleza». Hazañas de tamaña entidad humana, como la de nuestro compatriota Ignacio Echeverría, prueban la teoría roussoniana, Atentados tan descarnados como los que los ultracuerpos de la Yihad perpetran, permiten comprobar que la hipótesis de Rosseau es verdadera. Y es que este tipo de actos, solo se entienden, si partimos del presupuesto de que la sociedad actual, estructurada sobre un corpus socio-político-cultural pernicioso, viciado, decadente, es la verdadera responsable de la extirpación cerebral de cualquier vestigio de humanidad en ciertos grupos de individuos, cada vez más numerosos. ¿Por qué ocurre esto? Por la incapacidad de los Estados para garantizar un poder centralizado, una autoridad absoluta capaz de proteger a la sociedad, algo que para Hobbes, que en este sentido estaba acertado, es fundamental si se pretenden combatir los actos egoístas y destructivos. Necesitamos Estados o supraestados liderados por hombres-mujeres de la talla humana de nuestro héroe del monopatín. Solo así atajaremos el mal del siglo XXI.

*Periodista y profesora de universidad