Mañana se cumplirán 14 años del vuelo de Antonio Altarriba Lope. Este aragonés natural de Peñaflor (Zaragoza) lograba finalmente emprender su último viaje libre de ataduras. Con noventa años, subió hasta el cuarto piso de la residencia de ancianos de Lardero (La Rioja), se alzó a la repisa de la ventana, tomo aliento, y como en el vuelo final de Birdman, se lanzó al abismo. Altarriba tan solo tardó unos segundos en llegar al suelo, sin embargo, tras leer el cómic El arte de volar (Edicions de ponent, 2009) no podemos sino darle la razón a su hijo, biógrafo y guionista del cómic: su padre tardó noventa años en caer de la cuarta planta.

Altarriba hijo se erige como narrador veraz de este relato gracias a dos herramientas: las "doscientas cincuenta cuartillas de letra apretada y rebosante de recuerdos" que dejó escritas su padre; y el lazo de consanguinidad porque, tal y como señala: "una vez muerto, él está en mí. Así puedo contar su vida con la verdad de sus testimonios y la emoción de una sangre que aún corre por mis venas. De hecho, voy a contar la vida de mi padre con sus ojos pero desde mi perspectiva". Y lo lleva adelante con valentía y brillantez apoyándose en la expresividad y realismo de los dibujos de Kim.

El cómic está dividido en 4 etapas de vida: los cuatro pisos desde los que se dejó caer. El primer piso es la derrota, la sumisión en esa España regida por el estraperlo y la corrupción. Se trataba de "enterrar los ideales... como muchos españoles aprendí a vivir sobre mi propio cadáver". El segundo piso nos cuenta la guerra, los ideales, la frustración, el abandono internacional, la traición. El tercero representa su infancia, nos muestra una España rural brutal, destructiva y castrante. Con una Zaragoza, despiadada y miserable, por pobre pero también por ruin y clasista. Las dificultades para encontrar un trabajo, para ser honrado, para forjarse un futuro, ¿futuro? Y por último, el suelo, de 1985 a 2001, su vida en la residencia: de nuevo la disciplina absurda, la medicación, la soledad y la depresión. Sí, un descenso a los infiernos, no hay por qué verlo de otro modo. Y, sin embargo, y a pesar de la crudeza de la historia y de las viñetas que hacen que nos conmueva el dolor ante esta España estrecha y corrupta, guionista y dibujante han sido capaces de extraer también la belleza. No es de extrañar, con todo esto, que El arte de volar recibiera el Premio Nacional del cómic 2010.

Aún no he leído Yo, asesino (Norma, 2015) la nueva novela gráfica de Altarriba, esta vez junto al dibujante Keko Godoy, pero en cuanto pase el domingo, salgo disparada para la librería, que parece que se adentra de nuevo en el asesinato como una forma de arte.