Es el título de una novela de Aroa Moreno ganadora del Premio Ojo Crítico en el 2017 que me entusiasma y, aunque no tiene que ver estrictamente con lo que me pasa por la cabeza estos días, sí viene al caso. La hija del comunista (Ed. Caballo de Troya) cuenta la historia de Katia, hija de unos exiliados españoles que se refugian en la Alemania Oriental en los años 50, 60 y 70. Para algunos este término comunista sigue teniendo las mismas resonancias magnéticas que en aquellos años de división Este-Oeste y el muro de Berlín. Es, por ejemplo, el caso del secretario del PP Teodoro García Egea que, aunque nacido en 1985, sigue usando comunistas como si aún estuviésemos en la época del telón de acero. Los políticos no dan puntada sin hilo, y si han desempolvado ese concepto para referirse a los partidos de izquierda es que consideran que pervive en algunos rincones de nuestro imaginario colectivo. ¿Y qué es lo que pervive según ellos? Deduzco que un halo de amenaza desestabilizadora y violenta, arbitraria, caótica, hombres descamisados con hoces y mujeres con mono de mecánico y fusiles. Cuando dicen comunismo no se refieren a la alfabetización, a escuelas populares, a bibliotecas, a dispensarios de salud para todos de aquellos comunistas españoles de los años 30. Tampoco al talante conciliador y demócrata de Santiago Carrillo y los militantes del PCE en la Transición. Ni a la lucha clandestina antifranquista que tantos pagaron con la cárcel, entre otros, mi padre. Porque yo también soy hija de un comunista y no pensé que tendría que hacer una defensa de sus ideas. H *Directora de cine