Después de su operación de corazón hemos visto estos días, en buena forma, al ya legendario Bill Clinton, expresidente de los Estados Unidos y uno de los conferenciantes mejor pagados del mundo, mejor, incluso, que José María Aznar.

Clinton ha estado de actualidad por sus apariciones en la campaña de Kerry, que a la postre de poco sirvieron, y también por la reciente aparición de su monumental autobiografía, titulada Mi vida .

No puedo imaginar el tiempo que su autor ha debido emplear en la redacción de las más de 1.200 páginas que ocupa el recorrido existencial del astro demócrata, pero si es cierto que la ha escrito personalmente, cual un nuevo Churchill, ese hercúleo trabajo debió suponerle el forzoso descuido de sus deberes de Estado. Sabido es que en este tipo de empresas editoriales los autobiografiados suelen contar con el apoyo de un equipo de redacción, pero también es verdad que el resultado final, por lo común edulcorado y plano, bañado en autoestima e interesado pudor, tiene poco que ver con el peculiar tono narrativo de Mi vida .

Porque Bill Clinton, bien de propia mano, bien auxiliado por terceros, ha dado cima a un encíclico repaso de su íntima peripecia vital, reflejada con tal minucia e intensidad que llega a dar la impresión de que todo o casi todo está ahí, el niño, el adolescente, el universitario, el joven político, el audaz gobernador de Arkansas. ¿Todo o casi todo? Bueno, supongo que no, pero sí, en cualquier caso, una generosa porción, ración. Y narrada, ya digo, con una interesante voluntad de estilo "sureño", con una voz que pretende evocar a los grandes maestros del delta del Misisipí, a los escritores del profundo y, por lo que se ve, eterno sur.

La infancia de Clinton, quizá el período más desconocido por el gran público, no fue fácil. Nació el 19 de agosto de 1946, tras una violenta tormenta de verano. "Madre", como él la llama, era ya viuda cuando dio a luz en Hope, un pueblo de seis mil habitantes situado al sureste de Arkansas, a unos cincuenta kilómetros de la frontera con Texas. El niño Bill se llamó William Jefferson Blythe III en memoria de su padre, a quien nunca llegó a conocer. Sí a su abuelo, W. J. Blythe III, que era un pobre granjero de Sherman, Texas, dotado de una aguda inteligencia natural.

La "Madre" de Bill era enfermera en el hospital de Shereveport, Luisiana, cuando conoció a quien en dos meses sería su marido. El partió a la guerra europea, a la campaña de Italia, y luego regresó a Hope para trabajar en una empresa de equipamientos. Un mal día perdió el control de su Buick del 42; hallaron su mano saliendo del lodo de los pantanos, aferrada a una rama. Luchó, pero no pudo salvarse.

El segundo marido de "Madre" sería Roger Clinton, propietario, casualmente, del concesionario de Buick, en Hope. Era divertido, seductor, alocado, y bebía como una esponja. Una noche, borracho, soltó un balazo en casa que a punto estuvo de acabar con su mujer y su hijastro...

Todo Clinton, ya verán.

*Escritor y periodista