Hace pocos sábados leí en Babelia un interesante trabajo de Santos Juliá a propósito de un libro publicado recientemente, con el mismo título que empleo yo ahora y subtitulado Al cambio por la reforma (1976-1977), aludiendo a los trabajos que sirvieron como antecedentes necesarios para proyectar, discutir y aprobar nuestra Constitución, que tanto se echaba de menos. Muerto Franco, la necesidad era inaplazable y en absoluto, hubiera podido demorarse ni sustituirse ni creo que aplazarse, manteniendo en vigor las que llamáramos filo tempore, Leyes Fundamentales.

Preocupados por el futuro, el inmediato y el que vendría pisándole los talones, había que poner sobre el tapete de lo posible, aquel sendero que fuese el teóricamente más viable para decidirse pronto, por la alternativa que ofreciera «a ojo de buen cubero» el mayor tino y firmeza que evidentemente, de ambos valores estábamos bastante necesitados. Mereció la pena; eso era la realidad y, a mi juicio, hoy sigue siendo evidente.

Y tal fue la responsabilidad que compartió el tándem formado por Adolfo Suárez como presidente del Gobierno y Landelino Lavilla como ministro de Justicia; en aquel prevalecía lo político y en este, lo jurídico. Aunque fueron bastante más los llamados a colaborar responsablemente, en un camino tan arduo como indispensable, que concernía directa o indirectamente, al conjunto del pueblo español; mi propósito es poner de relieve la tarea desempeñada, nada sencilla, por dos hombres que, a mi juicio, estuvieron a la altura de las difíciles circunstancias que les tocó vivir.

Aceptemos sin ignorarlos, tantos papeles como hubieron de tenerse en cuenta y los que otros debieron interpretar y el acierto que, pasado el tiempo, debe reconocérseles, partiendo de asumir como punto de arranque «que correspondía al Gobierno y a unas Cortes elegidas por sufragio universal», la tarea de elaborar una Ley para la Reforma Política para que aprobada por nuestras Cortes, quedara de manifiesto que iba a ser sustituida la estructura autocrática que ostentaba el Estado español por otra de carácter democrático.

Si bien en los correspondientes debates parlamentarios no abundó la unanimidad, que no suele ser el resultado más frecuente de nada importante, volviendo la vista atrás, opino que el itinerario escogido para aprobar primero la Ley 1/1977 de Reforma Política y después, nada menos que la Constitución desde entonces vigente, permitió cumplir de modo razonable, lo que tan llana y atinadamente se pretendía.

Todos sabíamos que la tarea no era sencilla de culminar y también por ello, culminada como fue, cabe recordar lo que ya entonces se dijo por muchas voces sin exageración alguna: que había sido «una gran apuesta y que en ello consistió su mejor acierto». Y se hizo respetando in integrum, nuestra legalidad; la Constitución de 1931 ya hacía años que había sido derogada y las Leyes Fundamentales del periodo de Franco, incluida la Ley 1/1977 de 4 de enero con su Disposición Derogatoria contenida en la Constitución que ahora nos regula y que tras enumerar aquellas Leyes Fundamentales las dejaba en adelante, sin efecto alguno.

Nuestra Constitución ha sufrido dos reformas acaso cuantitativamente menores pero cualitivamente significativas e importantes; no es momento de analizarlas sino simplemente, de indicar que las dos fueron precisas y merecedoras de llevarse a cabo sin prejuicio alguno; ojalá seamos capaces de afrontar todas las reformas constitucionales que conciernan obviamente a nuestra convivencia, con idéntico espíritu de entendimiento.

Acabo ensalzando las figuras políticas de Suárez y Lavilla; Adolfo me ofreció encabezar la candidatura al Congreso de UCD en las elecciones de 1977 cuando opté por la CAIC, semilla del PAR que fundaríamos meses más tarde pero siempre se lo agradecí. Landelino y yo fuimos compañeros de promoción en el «viejo caserón de San Bernardo» y una de las mejores cabezas que conozco. Me dijo alguna vez que «era más monegrino que yo», dado su origen, que el mío está en mi Nava asturiana y en ese sentido tenía razón aunque uno sea aragonés de adopción como Hijo Adoptivo de siete pueblos de allí: La Almolda, Bujaraloz, Farlete, Leciñena, Monegrillo, Perdiguera y Valpalmas. A mucha honra, claro.