Pocas veces la Historia ha cobrado tanta importancia. En un mundo que se pretende sin memoria, la Historia ha irrumpido por todos lados. El pasado está más vivo que nunca. En España se habla de las Navas de Tolosa, Lepanto, Hernán Cortés… Como profesor de Historia me congratulo. Otra cosa el uso que de ella hacen los políticos.

Eric Hobsbawm en Sobre la Historia decía: «Antes solía pensar que la Historia, a diferencia de otras disciplinas, como la física nuclear, no le hacía daño a nadie. Ahora sé que puede hacerlo y que existe la posibilidad de que nuestros estudios se conviertan en fábricas clandestinas de bombas, como los talleres del IRA ha aprendido a trasformar los abonos químicos en explosivos».

Según Bruno Tertrais la historia puede tener diferentes usos. Simplificación de los fenómenos políticos complejos es, frecuentemente, una cómoda solución para ahorrarse el pensar o el actuar. La Historia tiene una buena posibilidad para proporcionar un esquema explicativo simple. Al hablar de los Balcanes se argumenta: son territorios de odios y conflictos centenarios. Lo cual sirve para exculparse de la inacción por parte de los países occidentales. En el convulso Oriente Próximo las ideas son no menos simples: desde tiempos inmemoriales ha habido enfrentamientos entre sunníes y chíies o entre árabes o persas. A la inversa, estos culpan al colonizador occidental de sus desgracias. Rusia y China: el culpable son los Estados Unidos.

Otra manera de hacer inteligible el mundo actual a través de la Historia es el recurso de la analogía a modo de comparación o metáfora. La analogía histórica es una de las armas políticas más poderosas. Su elección nunca es neutral. Según la ideología o la política, serán diferentes. «La historia justifica lo que queramos». Desde la caída del Muro de Berlín, ¡cuántas veces hemos entrado en una nueva Edad Media! Producto de la pérdida de soberanía de las naciones, de un mundo sin reglas, regreso a la barbarie… Crimea es la nueva Alsacia-Lorena. ¡Cuántas Yaltas! ¡Cuántas nuevas doctrinas Monroe!

La Historia puede utilizarse como inspiración. Es una fuente de motivación para los pueblos y un instrumento de legitimación y de movilización para sus dirigentes. Tal hecho se da especialmente en los regímenes autoritarios. Hitler buscaba enraizarse en una cultura germánica mítica y heroica, Mussolini veneraba la antigua Roma, el franquismo con un pasado imperial. También hoy en muchas democracias se nos recuerda un destino nacional, redescubrimos un pasado mítico para proyectarnos en un futuro. «Glorioso pasado; sombrío presente; brillante futuro», fue el lema de Sukarno, el primer presidente de Indonesia: lema que podrían hacer suyo muchos gobiernos.

A la inversa, la Historia puede servir de revulsivo, un precedente trágico del que hay que protegerse para evitar su repetición. China y Rusia están obsesionadas por las horas oscuras de su historia: hay que evitar a toda costa el regreso a los tiempos revueltos, los del colapso, la división o las injerencias externas. Aquí en la Transición el revulsivo fue el de la repetición de la Guerra Civil.

Por último, la Historia puede ser una pesada carga que hay que soportar, de la que a veces hay que librarse. En las democracias, la carga de los errores pasados debe recaer y transmitirse a las generaciones futuras, sin permitir que se supere la sensación de culpa. Es la tradición del arrepentimiento. Es cierto que Europa se ha reconstruido sobre el principio de nunca más del nacionalismo, la guerra, el imperialismo o la esclavitud. No solo hay que recordar, sino también pedir perdón incluso si los hechos son antiguos. El tema del perdón o arrepentimiento de Estado, es relativamente nuevo. Por ello, no solo no existe jurisprudencia sino que los precedentes son pocos. En la mayoría de los casos no son compromisos jurídicos, sino más bien éticos y políticos. Es frecuente que un país o un pueblo ofrezcan disculpas, se arrepientan o lamenten públicamente actos de su pasado reciente o lejano. Los británicos ofrecieron reparaciones por la esclavitud, el gobierno de Portugal en 1996 disculpas a las víctimas de las persecuciones religiosas del siglo XVI, el presidente francés pidió perdón por las atrocidades en la Guerra de Argelia o el consulado italiano a España por el bombardeo del mercado en Alicante. La disculpa es una herramienta de buena voluntad, de reflexión por parte de las naciones o de los gobiernos que cometieron excesos y ahora se animan a reconocerlos o repararlos.

Por el contrario, también es posible desear eliminar el pasado. Los romanos practicaron la damnatio memoriae: el condenado a desaparecer veía cómo su nombre, su vida y sus obras eran borradas de escritos y monumentos. Stunde Null, la hora cero (en origen una expresión militar inglesa), es un punto de partida, como lo es el de Alemania de 1945. Pero también un principio revolucionario. E igualmente para los totalitarismos de diferentes tipos. Los jemeres rojos de Pol Pot, la revolución Cultural de Mao y la Unión Soviética. «Debemos destruir el pasado para evitar que los pueblos piensen», escribió Olivier Weber.

Hoy, el pasado se asume o se exhuma más que se borra o elimina. Pero la damnatio memoriae se sigue practicando, porque así se privilegia una historia sobre otra. De esto en España sabemos bastante.

*Profesor de instituto